Galeses en la Patagonia, un encuentro cultural que perdura
La aventura de poblar la inhóspita Patagonia
de fines del siglo XIX significó para muchas familias galesas, el punto de
partida de un lazo intercultural sin precedentes. Un siglo y medio después, el
avance de la frontera argentina hacia el sur generó un crisol de etnias.
Hoy los descendientes de aquellos colonos que
arribaron al Golfo Nuevo, que luego se empezaron a asentar en las orillas del
Río Chubut, son ciudadanos argentinos, que abren las puertas de su cultura y
ofrecen al turista gastronomía típica, como el famoso té gales.
Actualmente, el legado galés en la Patagonia
cautiva a los visitantes con su memoria viva que perdura en las capillas
galesas de Esquel y Trevelin, en nombres de ciudades como Trelew, Rawson y
Gaiman, y en el Valle 16 de Octubre o Valle Hermoso, en galés BroHydref o
CwmHydryf, que recuerda a los rifleros de Fontana y a una expedición que, con
el viento en contra, mensuró las primeras leguas del sur.
Una travesía sin precedentes
Dos meses navegó en 1865 el velero “Mimosa”
las agitadas aguas del Océano Atlántico, con una tripulación de 153 colonos
galeses que soñaban emplazar en la tierra nueva, un hogar que les permitiera
practicar con libertad sus creencias religiosas, sus tradiciones y su idioma.
En ese periplo hubo nacimientos, fallecimientos y hasta una boda.
El “Mimosa” arribó a las costas argentinas en
cercanías de la actual ciudad de Puerto Madryn. No fue sencillo el arraigo: la
falta de agua, el paisaje desértico y el clima hostil empujaron a las numerosas
familias a moverse hasta encontrar los valles donde asentarse definitivamente.
Las figuras de John Daniel Evans y de su
caballo Malacara están íntimamente relacionadas con el proceso de colonización
que a partir de la llegada del “Mimosa”, empezó a expandirse hacia el oeste. Evans
llegó a la Patagonia cuando era niño y, de la mano de los tehuelches, conoció
el territorio.
En un viaje de exploración en busca de oro,
entre el Valle del Alto Chubut y Los Andes, en 1883, se cruzó con un
contingente militar escoltando a prisioneros tehuelches, en una de las últimas
campañas de la Conquista del Desierto. Algunos expedicionarios volvieron y sólo
Evans y tres más decidieron seguir. Al llegar al actual río Gualjaina, fueron
atacados por integrantes de la tribu del
cacique Foyel, Cquienes sospecharon que fueran espías. En una persecución,
fueron emboscados y los tres compañeros de Evans murieron en el actual Valle de
los Mártires. Para escapar, Evans, montando a su caballo Malacara, saltó una
cuesta empinada con un cañón de cuatro metros de profundidad. Cuenta la
historia que ninguno de los perseguidores de Evans se atrevió a dar el mismo
salto, por lo que logró salvar su vida. El caballo Malacara murió a los 31 años
en 1909 y Evans decidió sepultarlo en Trevelin. Actualmente, esta tumba es un
atractivo turístico histórico ineludible.
Tiempo después, Evans fue el baqueano que
acompañó la ardua travesía encabezada por el coronel Luis Fontana, primer
gobernador del territorio nacional de Chubut, junto a una treintena de
expedicionarios. Se los conoció como “Los rifleros de Fontana”. Con el
propósito de inspeccionar el vasto territorio hacia la cordillera, trazaron
planos y mapas, estudiaron el suelo, la fauna, la flora y analizaron las
posibilidades productivas y de establecimiento de los nuevos habitantes.
Finalmente, 50 leguas cuadradas fueron
entregadas a los primeros pobladores, unas 125 mil hectáreas totales,
contemplando 2500 para cada colono. Así nacía, en lo que se conoció como Valle
Hermoso o CwmHyfrid, la Colonia 16 de octubre, en torno de lo que hoy se conoce
como Trevelin y Esquel.
Ceremonia de hermandad a la hora del té
De los atractivos que más atención suscitan
entre los visitantes a las ciudades y pueblos de los valles de Chubut, está sin
dudas la infusión estrella: el té galés. Se trata de una bebida tradicional que
se sirve en teteras de porcelana cubiertas con pulóveres y que se acompaña con
pan casero, tartas y tortas.
Curiosamente, si bien las galletitas a la
plancha son un acompañamiento típico galés con más de mil años de historia, la
llamada “torta galesa” es una receta propia de los colonos que llegaron a la
Patagonia. Se cuenta que mientras los hombres salían en las largas y frías
jornadas a procurar alimentos y agua, escasos en la región, las mujeres
quedaban al cuidado de los niños. Y que de sus manos, mezclando ingredientes
básicos como harina, azúcar negra, nueces, frutas conservadas con azúcar, miel,
surgió esta torta galesa, virtuosa por su buena conservación y por la
concentración de calorías, imprescindible en las áridas y frías tierras de la
Patagonia.
La ceremonia del té representa para la
historia de la colonia galesa en la Patagonia, un momento central de la vida
social y religiosa. Tal es así que al término de cada oficio religioso, la
comunidad se reunía en el “vestry”, donde se compartían tortas, panes, tartas,
dulces caseros y por supuesto se tomaba el té, mientras relevaban novedades
sociales: nacimientos, matrimonios, fallecimientos.
El té galés es también recordado como un
símbolo de las buenas relaciones que los colonos tejieron con los originarios
tehuelches que habitaban estas tierras. Antiguos relatos hacen referencia a la
solidaridad entre ambos pueblos, frente a la escasez del agua durante largos
períodos y a las inundaciones que arreciaban con la temporada de lluvias en la
cordillera. Que en ese contexto, el pan casero y la taza de té estuvieron
siempre dispuestos para ser compartidos entre ambos pueblos y que, incluso
antes de que se les impusiera el castellano como idioma oficial, originarios tehuelches
aprendieron las palabras “té” y “bara”, que significa “pan” en galés.
Legado tangible e intangible
Construcción original de piedra y barro con
paredes de ladrillo cocido y techo de chapa, el edificio de la Capilla Seión en
Esquel se conserva como hace un siglo, cuando se instaló en pleno centro de la
ciudad. Incorporada en 1995 en el Registro Provincial de Sitios, Edificios y
Objetos de Valor Patrimonial, Cultural y Natural de la Provincia de Chubut, la
Capilla Seión también alberga en la actualidad la Escuela de Galés de la
Cordillera.
En la vecina Trevelin se encuentra la capilla
galesa más antigua de la región: Bethel. Originalmente levantada con paja y
madera en cercanías del Río Percey, el actual edificio data de 1910 y fue
construido enfrente de aquella, de manera más sólida con ladrillos y chapas.
A 45 kilómetros de Esquel, por la Ruta
Nacional 259, otro sitio que permite viajar en el tiempo a los visitantes es el
molino Nant Facht, cuyo nombre en galés significa “Arroyo Chico”. Además de su
imponente arquitectura, actualmente exhibe elementos propios de los primeros
colonos como máquinas agrícolas, máquinas de coser e instrumentos musicales
tales como vitrolas y órganos. Además, están recreados un galpón de herrería y
un viejo almacén de ramos generales.
El molino sigue funcionando y pertenece a la
familia Evans, que llegó con la colonia, por lo que además de los elementos
exhibidos, hay un legado histórico vivo que suelen compartir los anfitriones
con aquellos que llegan con ansias de conocer.
Entre Gales y la Patagonia argentina hay miles
de kilómetros, un océano, el Ecuador, climas y relieves muy diferentes. Sin
embargo, el sonido que emana de las tradicionales canciones celtas que llegaron
en el “Mimosa” y se fueron mezclando en el nuevo suelo, interpretadas por las orquestas
que hoy rescatan la memoria de la colonia, conmueve al punto de abstraerse a un
viaje en el tiempo que por las remembranzas resulta posible.
No hay comentarios.