Se hizo un aborto con una sonda y quedó al borde de la muerte
Kena tenía 6 hijos y había perdido su trabajo como empleada de limpieza
cuando quedó embarazada por séptima vez. Por poco dinero, una enfermera le
provocó un aborto en una pieza con una sonda. "Me estoy muriendo",
fue lo único que alcanzó a decirle al médico
Hace dos semanas, Kena leyó lo que el Padre Pepe acababa de decir en
una entrevista. El "cura villero" aseguraba que "los pobres no
abortan" y que la tendencia es tener a los chicos, porque "los hijos
son sagrados".
Kena, que había mantenido el tema en silencio durante 25 años,
enfureció. A ella, que había dormido con sus hijas en el hall de la estación
Constitución, nadie iba a venir a contarle la pobreza. A ella, que era empleada
doméstica cuando quedó embarazada por séptima vez, nadie iba a venir a decirle
que el aborto era un tema de clase media. A ella, que había estado al filo de la
muerte por interrumpir ese embarazo con una sonda, nadie iba a venir a decirle
que las pobres no abortan.
"A los 22 años yo ya tenía tres criaturas. El primero fue un
embarazo muy deseado, al menos para mí. Los otros dos, no. El tipo era
golpeador y alcohólico y me ponía una navaja en el cuello para que no me
resistiera cuando él quería tener relaciones sexuales", cuenta a Infobae
María Eugenia Reyes, "Kena", que tiene 60 años. Era el fin de la
década del 70 y ella sólo había terminado la primaria. Su recuerdo es el de una
cárcel.
"Él salía y nos dejaba encerrados con cadenas y candados. Sólo
cuando venía teníamos permitido un rato de recreación en la puerta: un rato,
como los presos. No me permitía trabajar, y la verdad es que lo necesitaba,
porque además de todo, nos cagábamos de hambre. Comíamos porque dos abuelitas
que vivían en frente nos traían comida cuando nos veían salir". Su pareja
tenía trabajo (era empapelador) pero se gastaba lo que ganaba "en vicios".
Cuando se quedaba sin dinero, vendía lo poco que había en la casa.
Kena lo soportó durante una década y escapó cuando lo descubrió
abusando sexualmente de su hija. "Pero nos encontró fácilmente porque yo
no tenía adónde ir. ¿Adónde iba a ir con tres criaturas? La pobreza tiene esas
cosas: para que los chicos no terminaran en la calle, volvimos. Y así como
volví, con la misma violencia de siempre, quedé embarazada por cuarta
vez".
El dato que le dieron para hacerse un aborto era coherente con lo que podía
pagar: una casilla de madera con piso de tierra. "Cuando vi el lugar me
dio terror. Pensé: 'Me llego a morir y dejo a los tres críos con este hijo de
puta". Volvió a escapar cuando él le ordenó que se acostara con sus amigos
a cambio de dinero. "Me salvaron ellos. Cuando entré a la habitación me
dijeron: 'Este quiere que te cojamos y le paguemos. Tenés que irte de
acá'"
La madre de Kena se llevó a los dos varones. Ella fue a parar al hall
de la estación Constitución con las dos nenas: la más grande tenía 9 años, la
más chica, uno. Después de un tiempo, alguien les ofreció una pieza en una casa
tomada. "Había un colchón de una plaza y una estufita de cuarzo, nada
más". Todo era mejor que la calle.
Fue una vecina, que todas las noches salía con todos sus hijos a pedir
sobras por los negocios, quien la vio llorar con desesperación y se ofreció a
cuidar a sus hijas para que Kena saliera a buscar trabajo. "A esa altura
yo ya no tenía ni para darles ni un vaso con leche". Kena empezó a trabajar
como empleada de limpieza en una empresa.
Con el tiempo, volvió a formar pareja con un hombre que trabajaba como
estibador en el puerto. Con él tuvo otras dos hijas. "Los dos teníamos
trabajo pero seguíamos siendo pobres. Con los dos sueldos sólo podíamos satisfacer
las necesidades básicas de los seis chicos", sigue Kena. Cuando quedó
embarazada por séptima vez, "la situación era todavía peor".
Eran los 90, habían privatizado el puerto y echado a su marido. Kena,
que para ese entonces era mucama en un hotel, también había sido despedida.
"Otra vez nos faltaba la comida. Empezamos a ir a comedores. Ya era una
pobreza extrema". Kena consiguió un dato de una enfermera que hacía
abortos baratos y llegó a la casa con lo que le había pedido que comprara: una
sonda y antibióticos. "Me acosté en su cama y cerré los ojos".
La mujer le introdujo la sonda en la vagina y le dijo que por la noche
iba a expulsar todo, incluida la sonda. Kena sangró por la noche y se
tranquilizó, creyó que todo había salido bien. Estaba equivocada. "Un mes
después empecé a sangrar otra vez. Cuando me paré, me desplomé. Me levantaron y
volví a caer redonda".
Estaba esperando en el Hospital Argerich cuando volvió a desmayarse.
"Me acostaron en una camilla en un pasillo y me dijeron que tenía que
esperar a que se desocupara un médico. Yo me acuerdo que sentía que me iba, la
vida se me iba". Nadie se animó a pedir a gritos que la atendieran: tenían
pánico de que la descubrieran y la denunciaran.
"Si quiere un aborto quirúrgico pero no tiene tanto dinero, lo
hace en otras condiciones: léase, una pieza en el Conurbano. Ahora bien, cuando
no hay dinero, las mujeres van a una partera o enfermera que les coloca una
sonda o un tallo vegetal. Al contaminarse con las bacterias de la vagina, la
sonda infecta el útero, se empieza a
contraer y ahí se produce el aborto. Algunas de estas infecciones, obviamente
terminan mal: con mujeres internadas o muertas. Estos son los abortos de la
pobreza", dice a Infobae.
Kena recién había salido del quirófano cuando se acercó otra médica:
"Me dijo: 'Hija de puta, sos una asesina'". Kena juró que no sabía
que estaba embarazada. "Después se fue, yo me quedé acostada y empecé a
llorar. Lloraba, puteaba en silencio, no podía parar. Lloré por todos esos años
de pobreza. Pensaba 'por ser pobre casi me muero', porque con plata no me
hubiese hecho un aborto tan peligroso".
Fue en ese llanto, mientras su marido trataba de calmarla, que le
avisó: te van a ir a interrogar a vos. Así fue. "Estuve una semana internada
y volví a mi vida pero esa tristeza me repercutió durante años. No por haber
abortado, al contrario, ¿qué vida iba a darle a otra criatura si no iba a poder
darle de comer? La tristeza era porque yo miraba a mis hijos y pensaba: 'La re
puta madre, casi los dejo solos". La más chica de sus hijas tenía 2 años.
No estaba tan errada: los dos padres de sus hijos murieron. Kena, en
cambio, sobrevivió y se dio una oportunidad. Terminó el secundario hace poco,
cuando ya tenía 55 años. Recién ahí consiguió un trabajo administrativo y dejó
de limpiar casas. Hoy tiene 15 nietos y tres bisnietos.
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