Federación, 40 años, por Eduardo Martinez


La lanza de Guarumba y sus miles de entreveros, la carreta del padre D’Angelo y el alza prima chapaleando en la orilla de la vieja Federación, sacando troncos de madera, serán por siempre forjadores de la identidad federaense. Sin embargo, una grúa trabajando en la construcción de la Nueva Federación, como un tilde en el cielo, marcará por siempre el advenimiento de un tiempo inolvidable para este suelo.

En estos 40 años en la Nueva Federación la pesada mochila del desarraigo acompañó la reconstrucción de la ciudad, el ordenamiento institucional, la integración social y la conformación del paisaje urbano.

En los ’80, nos sumamos a la cruzada solidaria por nuestros héroes de Malvinas, pudimos ver aquí la restauración democrática en la Argentina, trabajamos duro para que después de la separación entre vieja y nueva Federación se vuelvan a unir los dos emplazamientos, primero con una pasarela de madera, después con un puente de hierro, nos ilusionábamos con que la Fiesta del Lago fuera la insignia del turismo para un lugar que pretendía hacerse conocido, esperamos en las madrugadas el pequeño destello del cometa Halley (1986).

Fueron años en los que nos tocó habitar una ciudad desierta, sin plaza ni parques. La cita obligada era la recordada confitería Keops, después el “wiscola”, los estudiantes secundarios eran los protagonistas con sus bailes en la confitería Boujeri, que también podían tener lugar en el patio municipal o en el salón de actos del colegio nacional. Cuando hacerse la rata era ir al bar de Montenegro a jugar al Pool, bailar Lambada en playa Baly, tomar “sangría” (vino tinto con limón y azúcar) en las noches de anfiteatro.

En los ’90, inauguramos la Plaza Libertad, y nos llegó la hora de pelear por las regalías de Salto Grande. Lo hicimos al pie de la represa, gritando las injusticias con toda nuestra impotencia, paradójicamente, en ese contexto, elaboramos y llevamos a cabo el proyecto termal, le pusimos otro tilde a la historia con una torre de la que emanaba agua caliente y confirmamos que para siempre cumpliríamos el anhelo de la ciudad turística, en 1997 inauguramos el Parque Termal.

Esperamos el año 2000 a la luz de un árbol enorme, adornado con luces y guirnaldas, que por mucho tiempo perduró renaciente cual si fuera una parábola de la historia de Federación.

Inauguramos el Parque Acuático y asistimos a una explosión de la actividad turística casi impensada.

En esta última década ya nos sentimos habitando una ciudad, transformada, reverdecida con foráneos que apostaron por el futuro de este lugar y trabajan codo a codo con los federaenses.

Quién puede negar que fuimos felices en 40 años, vimos como Federación se convirtió de pueblo a ciudad, aquella que anhelaban los forjadores, el padre D’Angelo con su carreta recorriendo las colonias, Guarumba con su lanza defendiendo el territorio y los pioneros de las balsas que por el río traían progreso. Aquí está Federación después de su traslado y demolición, después del dolor y el desarraigo, siendo una ciudad pujante plena de oportunidades y con 40 años de latidos.

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