El estigma de Concordia - la ciudad más pobre del país.
El guiso hierve a rabiar sobre una olla ennegrecida por el
hollín de la leña. A los nueve hijos de Luis Valenzuela, de 40 años, los gana
la ansiedad por la cena, mientras una fina llovizna cae en Concordia, la ciudad
más pobre del país, según el último informe del Indec.
El agua transforma el piso de tierra de esa casilla de
madera -construida con "cachetes" (los bordes del tronco) de
eucaliptus- en un fango blando que está pegado en los pies de los niños.
Flavia Espada, la pareja de Valenzuela, que tiene en brazos
a su hija Rocío, de ocho meses, estima que el guiso que será la cena -y que
tiene carne, fideos y verduras- les costó 300 pesos.
"Hoy fui a trabajar a la cosecha de arándanos, que en
esta época hay poco, y recolecté sólo seis bandejas, por lo que cobré 250
pesos", afirma Valenzuela, y admite con bronca que "no conviene ir a
trabajar por esa plata". "Es una miseria y corremos el riesgo de que
nos saquen la asignación universal", aporta Flavia, que percibe 9000 pesos
por mes.
Esta familia del barrio Las Tablitas, donde las casas se
construyen con sobras de la producción forestal, forma parte del 52,9 por
ciento de la población de Concordia que es pobre, según datos del primer
semestre de 2019 del Indec, que sitúa a esta ciudad, que en los años 60 se ganó
el rótulo de la capital nacional del citrus, como el aglomerado más pobre del
país.
No es la primera vez que las estadísticas cubren con una
sombra a Concordia y la sitúan en la cima de la pobreza. En el primer semestre
de 2004 ese índice alcanzó el 71,6 por ciento de la población, en momentos en
que gobernaba Entre Ríos el peronista Jorge Busti, quien como el actual
gobernador Jorge Bordet, ocuparon la intendencia de Concordia, que es una
especie de capital política de esta provincia.
A diferencia de lo que ocurre en Corrientes, que lideró el
ranking de pobreza en el semestre anterior, con el Estado como principal
empleador -con 64.812 empleados públicos en esa provincia-, al no ser capital
de provincia, la mayoría del empleo en Concordia proviene del sector privado.
"Hay ciudades donde la crisis golpea hasta la médula porque se basan en el
empleo privado. En Concordia, donde todo empleo surge a partir del sector
privado y casi no hay empleo púbico, cuando hay una crisis golpea muy duro y
esto se siente en los sectores más vulnerables de la población, como pasa en
todo el país", sostuvo Bordet ante una consulta de LA NACION.
"Concordia tiene una pobreza estructural sólida que no
se logra quebrar desde hace años", admite Roberto Niez, quien fue
candidato a intendente por Cambiemos y ocupa un organismo clave a nivel
político en la zona, como es la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande, que
antes tenía un presupuesto similar al de la intendencia de Concordia.
Sobre la pobreza estructural de Concordia sobrevuelan varios
mitos. El más antiguo es que en esta ciudad de más de 200.000 habitantes se
comenzó a conformar un cordón de capas de pobreza luego de que se asentaran de
forma permanente los obreros que participaron de la construcción de la represa
de Salto Grande, que comenzó en 1974 y se terminó nueve años después. A ese
argumento se pliega parte de la dirigencia peronista, incluido el propio
gobernador. La razón de todos los males se originó con la construcción de la
represa.
La otra explicación a la pobreza, más cercana en el tiempo y
en un contexto palpable, es la consecuencia de la aguda crisis de las economías
regionales, que golpeó con mayor rigor a esta ciudad, como ocurrió después del
colapso de 2001, con un incremento también de la desocupación que en el primer
trimestre de este año dio un salto brusco del 5 al 10,5%.
"Mis dos hijos salieron a las 5 de la mañana a cosechar
arándanos y volvieron a las 17. Trajeron 500 pesos. Estas changas antes servían
porque se sumaban al oficio de ellos, que es la albañilería, pero ahora la
construcción está parada", señala Teresa Maidana, de 48 años, que vive en
el barrio Busti, donde las zapatillas colgadas en algunas esquinas sugieren lo
que teme esta mujer: "Es una lucha diaria convencerlos que no se metan en
cosas raras como la droga". La matriz productiva de esta zona está
asentada en tres patas: el citrus, que está en franco retroceso al trasladarse
hacia el norte de la Mesopotamia; las plantaciones de arándanos, que a mediados
de los 90 se erigieron como una esperanza salvadora y ahora parece respirar de
alivio tras la devaluación, y la producción forestal.
"Estos sectores productivos necesitan una mano de obra
poco calificada y mal paga. Esto explica en parte la baja tasa de actividad que
no supera el 40 por ciento", observa Osvaldo Bodean, director del portal
El Entre Ríos, que se dedica desde hace años a ponerle rostro a esa pobreza.
Como con la historia de Josefina López, una chica de 17 años de esa periferia
pobre que fue asesinada en 2015 por su tío. "Es la miseria estúpido",
la que asoma detrás de muchas Josefinas", escribió Bodean.
"De un kilo de naranjas que se cobra 30 pesos en una
verdulería a nosotros nos pagan 3 pesos", grafica Rolando Kuhn, encargado
de San Joaquín, una chacra de 15 hectáreas que está sobre el lago de la represa
de Salto Grande, donde la inundación de 2016 provocó que una parte de los
frutales se pudrieran. "La exportación está en retroceso porque se
hicieron muchas cosas mal, y el mercado interno no puede absorber tanta
cantidad de fruta de mesa", explica este hombre apasionado por el trabajo
en el campo.
Juan Scordia, gerente de producción de la empresa
Blueberries, que es la productora de arándanos más grande de la zona, pone el dedo
en la llaga sobre otro mito que ronda por Concordia para explicar la pobreza.
"Viene gente del norte a cosechar porque es cada vez más complicado
conseguir buena mano de obra en la zona", asegura Scordia, y rechaza el
mito sembrado por el poder político de que la producción de arándano deja poco
en la región: "Por año el arándano paga 157.000.000 de pesos a
trabajadores de la zona".
Para el intendente de Concordia, Enrique Cresto, que
proviene de una familia con tradición en el peronismo local, el problema no es
la falta de trabajo sino la pobreza. "El problema es el elevado costo de
la canasta básica y acá donde teníamos solamente un 7% de desocupación hace dos
años, hoy superamos el 10% porque las industrias hoy se están fundiendo y
cerrando porque no pueden pagar el costo más grande que es la energía",
dijo tras conocerse la estadística del Indec.
Los argumentos para explicar por qué una región que es
poderosa a nivel productivo es la más pobre del país replican una especie de
grieta entre la dirigencia política. El sacerdote Daniel Petellín, que está al
frente de la Iglesia Nuestra Señora de Lourdes desde hace cuatro años, rompe
esa postura al señalar que Concordia es la ciudad más pobre del país porque
"las políticas económicas y sociales fracasaron". "Es una
vergüenza que nosotros tengamos que depender del FMI cuando la Argentina tiene
una riqueza enorme", afirma.
La mirada de Petellín se posa en un cuadro en su oficina,
que muestra a un grupo de mujeres negras, con bandejas en sus cabezas, alrededor
de un pozo de agua. El dibujo es de Benín, ubicado al oeste de África, muy
cerca del desierto del Sahara, donde Petellín trabajó en la construcción de
pozos de agua entre 2002 y 2008. "En África no solo no había agua, sino
que no había Estado, ni educación, ni salud, ni nada", contó el cura, que
vuelve cada dos años a esa zona. "Acá tenemos todo, tierra fértil, agua
dulce, que sobra y a veces causa problema; gente educada, capacitada, pero hay
gente que vive en una pobreza extrema. Solo se entiende por el fracaso de las
políticas", reconoce el cura.
Al comedor de la iglesia concurren 360 personas por día, y
otros 40 jóvenes de un centro de día para adicciones también almuerzan. Al
mediodía la fila de gente que va a buscar comida, con una cacerola en la mano,
para llevarla a su casa tiene media cuadra. "La falta de ingresos y de
trabajo está generando muchos problemas sociales, sobre todo vinculado a las
adicciones", apunta Petellín.
Mario Báez se enfurece cuando le mencionan el problema de
las drogas. "Para alejarlos de esa porquería traigo a trabajar a tres de
mis siete hijos", dice este hombre de 46 años que se la rebusca sacando
arena de la costa del río, que después vende a las obras en construcción. Esa
rutina la cumple desde hace 9 años, con un carro tirado por dos caballos. Debe
recorrer unos 300 metros desde el terraplén de la defensa sur hasta el río.
Pero cuando el clima está lluvioso como este viernes debe hacer dos viajes
porque los caballos no aguantan. "Si logro vender toda la arena saco unos
600 pesos, pero eso no ocurre siempre, porque el sector de la construcción está
parado", explica Baez.
Fuente: LA NACION - Crédito: Marcelo Manera / Enviado
Especial
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