El coronavirus vencerá a la tiranía del mercado? La encrucijada y el destino, por Luis Edgardo Jakimchuk
Esta crisis del coronavirus nos plantea un problema decisivo
a los argentinos: la relación entre las pautas económicas y financieras, las formas de ejercer el poder y rol del
Estado y el ciudadano en sus formas del trabajo, derechos y desigualdades. Estas cuestiones están profundamente imbricadas entre sí.
Claramente, el neoliberalismo no puede ser reducido a una
teoría económica o política, sino en una práctica gubernamental, que se dirige hacia determinados
objetivos.
Una práctica que no se caracteriza por anhelar una “sociedad
última”, una "comunidad de destino",
sino la producción de determinadas relaciones sociales, formas de vida y
de un sujeto neoliberal. En este sentido el neoliberalismo se ha sostenido y
expandido gracias a una profunda y colosal captura de las subjetividades.
Esto está claramente explicitado en una entrevista al Sunday
Times del año 1981, la entonces Primer
Ministra británica M. Thatcher (país donde la ideología neoliberal se ha
aplicado con más rigor) le decía que la economía era (sólo) un método y que el
verdadero objetivo (de su gestión) “era
cambiar corazones y almas”.
Esta definición, a todas luces muestra que el consumismo
capitalista es algo más que un simple modo de producción de bienes, es un
proceso de subjetivación tanto o más como un proceso de producción y esto es lo
que hoy observamos claramente.
Cómo se puede entender qué le sucede a la gente que ve
afectada su salud, que afecta el desarrollo
de las industrias, el destino de los empresarios, los trabajadores, los
trabajadores informales, los pobres, sin tener consciencia de la economía en la
cual vive.
Hoy en el mundo se suman análisis y debates sobre si esta pandemia podría terminar con este
capitalismo imperante, si cambiará o no
las correlaciones de fuerzas dentro de los Estados.
Lo cierto es que esta crisis puso al mundo ante un espejo.
Refleja el colapso del orden neoliberal y amenaza con una disrupción de consecuencias
que nadie puede prever. Vemos como deciden priorizar la economía depredadora
antes que el bienestar de la población. Vemos las serias contradicciones de los
postulados neoliberales y los dogmas desregularizadores de los divulgadores del “déficit fiscal, del
achicamiento del Estado, de la disminución del costo laboral, entre otras
tantas, replanteándose sus teorías. Ahora incluso estos vaticinadores de la
derecha son intervencionistas y partidarios del gasto público (transitan la era
post-austeridad).
Desde el Estado ¿Qué
decirles a una sociedad fragmentada,
desocializada y vulnerable que le penetra a una velocidad vertiginosa el
virus? ¿ Que se le dice a los que se vieron favorecidos económicamente en los
últimos cuatro años?.
Esta sea tal vez la pregunta que defina un sistema que sea
sostenible para nuestras generaciones futuras.
¿ Y después, hacia qué tipo de capitalismo queremos ir los
argentinos?
Alberto Fernández arranco su mandato con una deuda externa que llega al 91% del PBI nacional y requiere una
restructuración. Un Estado desfinanciado por el gobierno neoliberal criollo que
otorgo exenciones impositivas a los
sectores de mayor ingreso de la sociedad y, elimino las retenciones en general,
manteniendo la de la soja pero con descenso del 0,5% mensual en la alícuota (el
campo aumentó sus ganancias un 870% desde 2015. El año pasado se llevaron U$S
7.632 millones a sus bolsillos, luego de pagar costos e impuestos).
Qué consecuencias trajo?: los ingresos de la Administración
Nacional en el año 2015 que eran del 25,8% del PIB, cayó al 22,5% del PIB en 2019. Un PIB que además es menor al que era cuatro
años atrás. A ese recorte de ingresos fiscales, se le debe sumar que el pago de
los intereses de la deuda que se
acrecienta otros 3,33% del PIB (gasto público), y ese porcentaje del producto,
se financia con más deuda.
En el contexto de encontrar un rumbo para encauzar el
desastre económico social y no caer en la desintegración social, irrumpió el
coronavirus y, la reacción del gobierno
de Fernández, fue de “manera oportuna y precoz priorizando la protección
de la vida de la gente” (reconocido por la Organización Mundial de la Salud
(OMS) y la Organización de las Naciones Unidas). Medida que el gobierno sabe
perfectamente la implicancia restrictiva
a la actividad económica. Aplanar la curva de infecciones costará muchos
recursos.
El desafío político que representa para Alberto Fernández
esta crisis (que poco se sabe cuál será el daño que va a ocasionar, ni cuan
fácil o difícil será volver a la normalidad),
no es sencilla. Esta crisis tendrá como saldo, mayor desempleo y malestar en todos los ámbitos porque las
compensaciones estatales serán
insuficientes.
Para el futuro inmediato el presidente imagina un escenario
posible: “Tenemos que lograr que el capitalismo del futuro sirva para producir
y dar trabajo, en un escenario de mayor igualdad, que todos tengamos la mismas
posibilidades de progresar y de crecer”.
En este escenario, el gobierno debe asumir con capacidad
política y gestión de Estado, la existencia directa entre la renta, los
salarios, precios de los bienes de consumo y niveles de bienestar. Se debe
actuar de los efectos dañinos de las
políticas implementadas anteriormente que desfinanciaron la salud, la
educación, la infraestructura del país, y redujeron los salarios y llevo a una
tremenda desocupación.
Por supuesto que emergerá las discrepancias, propias de los
“codiciosos” (así los llamó el presidente) que no quieren ceder un gramo de sus
beneficios a la sociedad. Se resquebrajarán
consensos.
Pero ningún otro actor social como la colectividad del
Estado-Nación puede aportar orden,
certezas, y crecimiento equitativo. “Nadie se salva solo”, sentenció el Papa
Francisco
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