Liberar a los asesinos, es cagarse en nuestros muertos, nuestros padres, nuestras viudas, nuestros hijos


Pocas situaciones en la vida de un policía deben producir  tanto abatimiento, como participar en un procedimiento donde cae un camarada bajo las balas de un delincuente. El panorama es desolador. En el compañero inerte y sangrante uno contempla, por un segundo y con espanto, la fotografía que pudo ser de uno mismo. Y luego el dolor sin alivio de lo irreversible.

El compañero de muchísimas horas, con quien nos confiamos mutuamente  el cuidado de nuestras vidas en el peligro; Y en la tranquilidad de la madrugada nos  contábamos los problemas y alegrías  “con la flaca”, los amoríos “del mayor”, los berrinches “de la piba” o el dinero que nunca alcanza, ya no estará visible.

Se habrá unido a la legión de ángeles azules que descansan en el sitial de privilegio que Nuestro Señor reserva para quienes mueren sirviendo  al prójimo.

Es mucha la entrega. Solamente una justicia efectiva restaura las heridas

Apropol (Policías de Buenos Aires)


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