El covid-19 y la guerra del cerdo
Con los números de contagios por las nubes y la conciencia social por el subsuelo, el Gobierno se enfrentó a la necesidad de extremar el distanciamiento social. Los análisis de nexos epidemiológicos de los nuevos casos apuntan a las fiestas clandestinas como principal caldo de contagio, lo que hizo madurar la idea de imponer en el territorio nacional un toque de queda similar al que dispusieron países como Francia, Reino Unido y España.
"Diario de la guerra del cerdo" es una novela de
Adolfo Bioy Casares, que cuenta el conflicto de los jóvenes con los viejos. Su
protagonista es Isidoro Vidal, un jubilado que un día descubre que los jóvenes
han decidido eliminar a los viejos. Bioy Casares retrata a los jóvenes como
violentos y descerebrados que realizan sus actos sin pensar qué motivos los guían,
pero, dentro de la irracionalidad de la situación inserta frases de
explicación, como: "En esta guerra los chicos matan por odio contra el
viejo que van a ser", "a través de esta guerra (los jóvenes)
entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de
algún joven. ¡De ellos mismos, tal vez! ... matar a un viejo equivale a
suicidarse".
Esto viene al caso al ver las escenas de apiñamiento de
jóvenes, y no tan jóvenes, en fiestas clandestinas, en las playas de la costa o
en balnearios de las sierras cordobesas, y porque el anuncio del gobierno para
reinstalar medidas preventivas, obtiene resistencias. Incluso los intendentes
de localidades veraniegas se niegan a imponer restricciones que eviten esos
centros masivos de infección. Las imágenes, con tantos jóvenes burlando el
aislamiento social y el uso de barbijos, sin preocuparse por la suerte de los
adultos, parecen una remake de "la guerra del cerdo".
Es que, entre las consecuencias más alarmantes de la
pandemia está la cuestión que los más propensos a contagiarse son los jóvenes,
mientras que los que corren más peligro de muerte son los adultos mayores. Ahí
hay una inequidad que es habitual en muchas enfermedades, pero en estas
circunstancias, con las exigencias sanitarias de aislamiento personal y la
resistencia social a cumplirlas, termina por desnudar una considerable
desaprensión generacional.
¿La población de riesgo ha quedado abandonada a su suerte
por la mayoría de la sociedad? Sería una actitud antisocial que se podría
explicar por distintas causas: el cansancio, las penurias económicas, el
egoísmo, la anomia o falta de percepción de la obligatoriedad de las leyes y la
irresponsabilidad. Pero el hecho definitivo, la imagen que quedará plasmada de
esta época aciaga, será la de un acto sacrificial reflejado en las frases
"la vida es corta y hay que vivirla en libertad" y "que se mueran
los que tengan que morir".
Para aumentar la confusión, los sectores más gurkas de la
oposición, sin conocer el contenido del decreto que impondría restricciones a
raíz del aumento de casos, igual salieron a oponerse y llamaron a la población
a no respetarlo. Se rebelaron por las dudas, ya que consideran que cualquier
medida "restringe las libertades individuales" y no aportaron el
consenso necesario ante una "segunda ola" que se avizora con
explosión de casos. Es desobediencia por oportunismo político, fundada en
ignorancias y negaciones que nutren sus argumentos.
Frente a ese panorama, de extravío social en fiestas
clandestinas y juntadas de adolescentes y jóvenes, desentendidos de cualquier
medida de protección y la irresponsabilidad política de la oposición más
talibán, el gobierno de Alberto Fernández se encontró en un dilema: necesita
imponer restricciones a la movilidad, como se hace en distintas partes del
mundo, pero a la vez habían sucedido una serie de acontecimientos -la muerte de
Maradona y las movilizaciones al Congreso cuando se trató el aborto- que
socavaron la legitimidad de un llamado a que las personas se cuiden. La
decisión de transformar el toque de queda en una recomendación y que los
gobernadores sean los responsables de instrumentarlo, expresa las dudas de la
Casa Rosada sobre la viabilidad de un cierre más categórico. En todo caso,
parece ser la más viable de las alternativas disponible.
En diálogo con los distintos sectores económicos e
intendentes, que ven con preocupación un posible rebrote de contagios en la
provincia, el gobierno de Gustavo Bordet dispuso restringir la circulación
entre la una y las seis. Será del 9 al 24 de enero. Después de ponerse al
hombro la medida, Bordet enfrenta otro desafío: lograr que los intendentes
hagan cumplir el toque de queda que eviten nuevas escenas de violaciones
masivas a los protocolos, en fiestas clandestinas y amontonamientos de
personas. Y que la presencia de las fuerzas de seguridad y los operativos de
control logren ordenar la temporada estival hasta que se generalice la
vacunación. La Opinión Popular
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