“Una sociedad de burbujas”, por José A. Artusi
La pandemia en todo el mundo y respuestas inadecuadas para enfrentarla, sobre todo en Argentina, han venido a agravar problemas preexistentes.
Tendremos una sociedad más pobre y desigual, pero además una
sociedad más desintegrada, con mayor exclusión y segregación; por lo tanto, se
trata de una sociedad que ve acentuados el aislamiento y el distanciamiento
social, dos términos que se nos han sugerido hasta el cansancio como
estrategias para enfrentar el virus.
No nos referimos a las lógicas y razonables medidas de
cuidado e higiene personal que nos llevan a evitar aglomeraciones y contactos
físicos estrechos con otras personas: aludimos a la segregación y separación
que se da entre grupos sociales diversos, antes un poco más integrados al menos
en el espacio público.
Pero la pandemia y la cuarentena boba sólo agravan y
aceleran tendencias que vienen de antes y que reconocen causas estructurales
más profundas, frente a las que no podemos oponer vacunas ni medicamentos.
La creciente desintegración y segregación excluyente se
observa claramente en 3 esferas: la vivienda, la educación y la salud. Urge
revertir esta peligrosa tendencia a cristalizar una sociedad dividida en guetos
o burbujas que no se tocan entre sí, si es que queremos realmente construir una
sociedad justa, democrática y desarrollada.
Los sectores de alto poder adquisitivo viven cada vez más en
barrios cerrados, tienen seguros médicos prepagos privados y recurren a
escuelas privadas, a veces en establecimientos ubicados precisamente dentro de
urbanizaciones cerradas.
Los sectores medios viven todavía en buena medida en la
ciudad tradicional (pero frecuentemente aspiran a dejarla para huir a barrios
cerrados), tienen obras sociales sindicales vinculadas al empleo formal a veces
combinadas con prepagas y oscilan entre la educación privada y la cada vez más
rara escuela pública «prestigiosa».
Los sectores medios / bajos viven en conjuntos de viviendas
sociales y en periferias de la ciudad tradicional, combinan obras sociales
sindicales y hospital público, y oscilan entre la escuela pública y las
privadas religiosas.
Los sectores bajos viven en la informalidad urbana, en las
villas y asentamientos que eufemísticamente hemos dado en llamar «barrios
populares»; recurren al hospital público y a escuelas públicas cercanas, cuando
no han abandonado el sistema educativo.
Para enfrentar estos problemas no se advierten por el
momento estrategias claras de parte del gobierno.
Revertir la segregación residencial y los enormes déficits
habitacionales y construir ciudades más integradas y equitativas requiere una
ambiciosa política nacional urbana articulada con una profunda reforma
tributaria, que entre otras cuestiones se basen en recuperar y reinvertir la
valorización del suelo generada por la acción del Estado, que hoy va a parar
mayormente a la especulación inmobiliaria. Los anuncios del Plan Nacional de
Suelo Urbano, con algunas estrategias bien direccionadas pero todavía en
veremos, y las escasas precisiones con respecto a la implementación y
financiación del Programa Nacional de Integración Socio Urbana de Barrios
Populares muestran a las claras que se ha perdido prácticamente un año, y los
relevos de funcionarios en el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat
muestran una administración que no termina de encontrar un rumbo.
El sistema de salud argentino es notoriamente disperso y
desarticulado, con superposición desorganizada e ineficiente de subsectores y
jurisdicciones. La pandemia generará, como lo han advertido diversos especialistas,
y sobre todo por las respuestas inadecuadas y estrategias equivocadas, notorios
problemas en otras patologías por la falta de consultas y tratamientos
oportunos. Y eso agravará la ya de por sí preocupante tendencia a consolidar
situaciones de salud muy disímiles, en función de la situación socio económica
de las familias.
Con respecto a la educación es obvio que asistimos a una
verdadera tragedia, en la que el prácticamente absoluto cierre de las escuelas
durante todo un año agravará la situación de los sectores más vulnerables, en
este caso los niños más pequeños de familias pobres. En un contexto en el que
so pretexto de cuidar la salud se destruyó la economía, y en el que
prácticamente dos de cada tres niños es pobre, el abandono parcial del Estado
de una obligación indelegable como es garantizar el derecho a la educación
incrementará la deserción escolar, ahondará la brecha educativa entre quienes
pueden acceder a dispositivos para la educación a distancia y quienes no, y
acentuará la tendencia previa de sectores medios a abandonar la escuela pública
y buscar refugio en las privadas, acentuando de esta manera la segregación en
verdaderas burbujas, cada vez más distantes unas de otras.
Quizás sea hora de recordar una de las tantas genialidades,
en este caso además profética, de Sarmiento: «… vuestros palacios son demasiado
suntuosos al lado de barrios demasiado humildes. El abismo que media entre el
palacio y el rancho lo llenan las revoluciones con escombros y con sangre; pero
os indicaré otro sistema de nivelarlo: la escuela». No hace falta decir que se
refiere obviamente a la escuela pública, laica, gratuita y obligatoria, que
brinda educación de calidad y forma ciudadanos que se sienten
compatriotas.
Revertir todas estas perniciosas tendencias, que se
potencian entre sí, requerirán un conjunto articulado de políticas públicas
coherentes que se mantengan en el tiempo y no meros parches circunstanciales;
reformas profundas y estructurales en las políticas de hábitat y vivienda, de
salud pública y de educación.
Obviamente municipios y provincias pueden hacer mucho en
este sentido, pero el esfuerzo central que se requiere demanda estrategias
nacionales. Una política nacional urbana, una reforma a fondo del sistema de
salud y una nueva reforma educativa acorde a las demandas del siglo XXI,
articuladas inteligentemente con transformaciones en otros sectores;
básicamente en materia tributaria y laboral.
No habrá posibilidad de construir una sociedad democrática y
desarrollada sin ciudades, escuelas y un sistema de salud que contribuyan a
integrar a los ciudadanos y nos demuestren que no es utópico ni ingenuo pensar
que todos podemos vivir en libertad y con los mismos derechos y oportunidades.
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