Almacén Medina, el punto de encuentro de la familia rural
Está donde Villaguay se acaricia con San Salvador y Concordia.
Fundado hace más de 50 años el almacén de la familia Medina
es clave para las familias del campo de una amplia zona del departamento
entrerriano de Villaguay. Allí se abastecen pero también disfrutan del
encuentro con la palabra, de una partida de truco, una copa y de los mejores
salames caseros de la zona.
Un cartel bien firme nos indica que hemos arribado al
almacén fundado por Omar Alcides Medina allá por 1970 en un encuentro de
caminos en el campo profundo de la provincia, donde todavía quedan algunos
paños de intenso verde que recuerdan a la selva de Montiel casi extinguida.
Allí, en Colonia La Mora, en el distrito Lucas Sud 2°, en ese rincón de Entre
Ríos donde los límites de Villaguay se acarician con los de San Salvador y
Concordia, está un auténtico templo de las tradiciones rurales.
“El almacén comenzó hace 50 años con mi abuelo”, dispara
como para iniciar el diálogo Nicolás, el nieto que hoy está al frente de un
comercio que es mucho más que un almacén. “Él los abre pero se la da para que
lo administre a un muchacho, mientras trabajaba en la estancia La Mora. Cuando
se jubiló retomó el manejo del almacén”, nos cuenta.
Recorrer la inmensidad de los campos en la zona de Lucas Sud
2° y las distancias entre una familia y otra nos da la pauta de la importancia
del almacén de los Medina, ese punto de encuentro del hombre y la mujer rural
en la Entre Ríos profunda. Así como en los grandes aeropuertos del mundo existe
el “meeting point” donde se encuentran los viajeros, en la inmensa soledad del
campo profundo, el almacén es ése punto de reunión, donde una mesa con el mazo
de naipes y una copa en el mostrador esperan la llegada de otros viajeros, y
cuyo arribo será en un tractor, camioneta, bicicleta o a caballo y al galope
corto con sus ropas ajetreadas por el intenso trabajo del día que entra en
pausa.
Almacén Medina dice el cartel con letras rojas, ubicado casi
sobre el camino. Entrando, y en medio de un monte de aguaribay y con unas
coníferas a sus espaldas, está el almacén. Bajo, con techo de paja y chapa en
su exterior. Las paredes son bien blancas y unos lindos postes de ñandubay
sostienen la galería, donde en el verano se arma la movida en este fortín de
tradiciones camperas.
Para ingresar hay que tomar algunas precauciones. Las
puertas, dos de madera y una de chapa, son un tanto petisas así que conviene
agacharse para entrar al templo, que no es muy amplio como otras capillas pero
tiene un corazón enorme para recibir a la fiel paisanada que no espera los
domingos para la liturgia, concurre a diario a recibir los sacramentos: Vino,
cerveza, salame y morcillas de la casa. Amén.
“El almacén abastece a las familias. Acá cuando llueve es
muy difícil salir por los caminos en muy mal estado, así que todos vienen en
tractor, a caballo a hacer las compras”. En las estanterías se puede observar
el surtido de alimentos esenciales: Harina, fideos, arroz, polenta, aceite, te,
café, puré de tomate y mayonesa. Un sector especial contiene una surtida oferta
de alpargatas.
La estética del lugar no se reconoce en ningún maestro.
Varias réplicas sencillas del artista Molina Campos y sus figuras gauchescas
con marcos de madera engalanan el interior del almacén de los Medina, al igual
que el dibujo de un alazán que le dan una singular calidez a uno de los
extremos del simpático salón. Por allá, en una suerte de altar tan identitario
como nostálgico el General Perón y su famoso caballo pinto le ponen un sello
original a la decoración, justo donde empieza el sector de cuchillos en su
vaina, sogas y algunos elementos del recado con que se ensilla al zaino. Todo
está a la venta para los fieles clientes del establecimiento. Del otro lado el
que manda es el televisor, prendido en las noches para compartir las noticias y
algún partido de fútbol.
Nicolás, el tercero de los Medina, es muy joven. Tiene 21
años y comenzó a atender el negocio ni bien terminó la secundaria, en el 2018.
“Mi abuelo se había enfermado y luego falleció, hace tres años” relata. Con la
firme determinación y el acompañamiento de su padre, se hicieron algunas remodelaciones,
pero sin cambiar la esencia del almacén de campo, para seguir adelante.
“La zona es agropecuaria y hay tambos importantes. En la
estancia La Negrita producen leche que se lleva La Serenísima” nos cuenta. “Hay
mucha gente, muchas familias que trabajan. En La Negrita trabajan 30 personas
en el tambo solamente” subraya. Todos esos trabajadores y sus familias tienen
el almacén para hacer las compras.
La lluvia de estos días, si bien no fue lo intensa que todos
hubiesen querido, fue lo suficiente como para dificultar la transitabilidad.
“Estamos a 30 kilómetros de San Salvador; a 30 de General Campos y a 30 de
Zenón Roca” nos recuerda. Con pavimento esas distancias serían no más de 30
minutos, pero con los caminos de tierra o mala broza y el mal tiempo el
trayecto puede ser parte del turismo aventura.
Donde los caminos se encuentran
El Almacén Medina es mucho más que un comercio. “Las
familias se reúnen. Los fines de semana, muchas veces, se juntan a jugar al
fútbol. La gente viene y se encuentra en el almacén. La truqueada nunca falta y
se toma una copa para compartir la charla”. Y sí, de eso se trata, de hablar.
Muchos de estos hombres, fundamentalmente, tienen tareas donde el silencio es
la principal compañía. Poder encontrarse y compartir una conversación vale
tanto o más que una copa o una partida de truco.
Y hablando de truco, el juego de naipes tiene un tan
singular como dulce premio para la dupla ganadora del desafío, que se lleva una
lata de durazno al natural, como para prolongar el grato momento. Pero, como
alguien dijo, “el truco siempre te da revancha y mañana será otro día”.
La paisanada llega casi siempre al atardecer, aunque algunos
madrugadores pasan al mediodía para tomarse un aperitivo. “En invierno
arrancamos a las 8 y le pegamos hasta las 10 de la noche. En verano abrimos a
las 7 y seguimos hasta las 11 o 12 de la noche” nos dice el joven almacenero.
¿Qué se toma? “Cerveza, vino, Fernet con coca. Legui y
Mariposa, Wishcola. Para la picada tenemos fiambres, de todo un poco. Pero en
invierno tenemos salame colorado, chorizo blanco y morcilla, que elaboramos
nosotros” dice, mientras comparte la picada de un chacinado casero para
paladares exigentes.
¿Se anota en la libreta o pago contado? Se ríe Nicolás
Medina. “Dale a la birome, me dicen. Acá sigue la libreta. Tengo buenos
clientes” asevera.
El lugar de cada uno
“Desde que terminé el secundario ya pensaba en estar en el
almacén, me gusta mucho. Mi papá me ayudó, hicimos algunas remodelaciones para
darle más comodidad” relata el joven Medina, que cursó la primaria en la
escuela 45 Nicolás Avellaneda, siguió la secundaría en la escuela 16, cerca de
Chañar y la concluyó en la Agrotécnica La Perla, cerca de General Campos. “Este
es mi lugar” nos dice.
Ubicado en esa intersección de caminos alejados de las rutas
más importantes, el boliche suele recibir los fines de semana a muchas y muchos
ciclistas que recorren kilómetros buscando su mejor forma o simplemente
disfrutando de los paisajes rurales, de la soledad del campo que impacta en
todo momento, de la naturaleza que expresa un arroyo o de la fuerza de una
máquina labrando la tierra.
El lugar de los Medina en el mundo está en Colonia La Mora,
un punto en el mapa de Entre Ríos donde el paisano tiene un refugio que se
parece al hogar, donde el vino o el porrón son parte de una ceremonia cotidiana
que celebra la amistad, el encuentro y la vida que pasa rápido. Por eso y mucho
más, el Almacén Medina, como reza el cartel blanco con letras rojas, es mucho
pero mucho más que un almacén de campo.
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