Comerciantes de Concordia dicen que el intendente de Salto atenta contra la libertad de las personas
Mientras que de un lado se hacen anuncios que no se concretan, del otro se toman medidas injustificables. En el medio: dos pueblos que son el mismo desde siempre.
Desde el mismo inicio de la pandemia, con el consecuente
cierre de fronteras, en Concordia vivimos una situación anómala: no podemos
relacionarnos con nuestros más cercanos vecinos. Porque no hay ciudades más
cercanas, y no sólo físicamente, que Concordia y Salto.
Un largo camino de gestiones que encaramos desde el Centro
de Comercio, Industria y Servicios de Concordia, han logrado muy pocos avances.
Anuncios: muchos; realidades, ninguna. Cuando el gobierno nacional habla de
“apertura de fronteras”, lo hace refiriéndose al aeropuerto de Ezeiza o del
puerto de la ciudad de Buenos Aires, muy lejos de los pocos metros que nos
separan de Uruguay a través del río.
Se habla mucho de incentivar el “turismo extranjero” y nada
de las familias que han quedado desmembradas, trabajadores que han perdido sus
empleos por vivir “del otro lado del charco”, tratamientos médicos cortados,
estudiantes sin poder continuar sus carreras, etc, etc, etc. El vecinalismo, la
integración de los pueblos, parecen ser no sólo una utopía sino algo que no les
interesa en lo más mínimo a quienes nos gobiernan de uno y otro lado del río.
Anuncios del gobierno argentino han creado falsas expectativas
en nuestra ciudad y provincia. En concreto, la provincia de Entre Ríos no tiene
“corredores seguros” para el cruce de fronteras ni tampoco se sabe cuándo los
tendrá, pero mientras tanto se siguen dando por sentado fechas que no se
cumplirán.
Por otro lado, tenemos al gobierno uruguayo, lógicamente
preocupado por cuestiones cambiarias generadas por la política económica
errática que desde hace ya tanto tiempo sufrimos los argentinos, pero que en
este caso generan una diferencia monetaria importante, aunque también bastante
exagerada en los medios por nuestros vecinos.
Y es por ello que, si bien no tenemos un horizonte claro que
precise cuándo se producirá la apertura, estamos muy atentos a las medidas que
tomen desde el gobierno uruguayo. Ya hemos sufrido en su momento el “kilo
cero”, medida violatoria de los acuerdos del Mercosur, derogada tras años de
gestiones de ésta institución y entendemos que si bien es válido proteger al
comercio local y tener una política clara de fronteras (algo de lo cual los
argentinos en general y los concordienses en particular, carecemos) se deben
tomar medidas que sean proactivas y que no vayan en contra de los acuerdos
internacionales o, como se anuncia, de la libertad de las personas.
En el día de ayer, el intendente de Salto, Andrés Lima, hizo
una serie de anuncios entre los cuales se destaca, para el momento que se
produzca la apertura, el haber establecido un protocolo con necesidad de
estudios PCR y no poder volver por un mínimo de tres días no por una cuestión
sanitaria, sino como él mismo admite, para “cortar con la práctica habitual de
la frontera de trasladarse a la provincia de Entre Ríos por unas horas o una
jornada para hacer un “surtido” y cargar combustible” y que esto “se termina”
porque “cualquier uruguayo que transite a Argentina deberá quedarse un mínimo
de tres días en ese país”.
No sólo el intendente desconoce (o ningunea, como nos gusta
decir de éste lado) que el puente sobre la represa de Salto Grande es el de
mayor tránsito vecinal del Río Uruguay, sino que esto no sólo se debe a que
haya salteños que hagan “el surtido” en Concordia sino a la vida en común que
hay entre las dos ciudades desde siempre y que las ha hecho complementarias en
muchos sentidos que hacen a la cotidianeidad. Integración que queda dañada de
muerte con medidas injustificables como ésta.
Usar una restricción sanitaria y de las libertades de sus
ciudadanos sólo para tener un supuesto “beneficio comercial” momentáneo y
reconocerlo abiertamente, es una afrenta hacia quienes desde hace décadas
venimos trabajando en la integración de nuestros pueblos. Un protocolo
sanitario que pretende ser una restricción comercial y termina siendo una
restricción a las libertades de las personas.
Una frontera que nunca debió cerrarse o, a lo sumo, por muy
poco tiempo, permanecerá cerrada indefinidamente por la mezquindad política,
algo que abunda a ambos márgenes del “río de los pájaros”.
La integración de los pueblos no es una cuestión de
conveniencia temporal: es una convicción.
Fuente: Centro de comercio industria y servicios de
Concordia
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