Ni audacia, ni pasión, ni cálculo
La Audacia y el Cálculo fue el título de un libro sobre el kirchnerismo de Beatriz Sarlo. La autora se asume desde 1980 socialdemócrata sin partido. En los ´70 fue militante maoísta marxista y orgánica del PCR. Coherente, siempre antiperonista. No es un objetivo revisar la obra de una de las principales intelectuales de la derecha argentina. Solo tomamos parte del título de su obra para representar ciertos aspectos de la situación actual. Pero, ya que estamos, vale decir que su pasado y su formación le impiden entender el fenómeno que pretende diseccionar. Para ella Kirchner fue una ficción que engañó a una mayoría de argentinos. Algunos años más tarde la mamá de Florencio lo traduce al castellano: somos un pueblo de pelotudos. Ninguno de los conflictos que libró Kirchner, que reconfiguraron y revitalizaron la política y el campo nacional y popular alrededor de una épica, tenían razón de ser. Todo era una mentira. Engañifas del pérfido, desgarbado y limitado dirigente peronista que llegaba desde el sur por obra y gracia del gran estadista Eduardo Duhalde. Obvio, este último es reivindicado por Sarlo. Abundan cuestionamientos a las formas, pero ni un renglón en las 235 páginas para hacer referencia a la brutal transferencia de ingresos que provocó la devaluación y pesificación asimétrica con la que el estadista de Lomas de Zamora selló la devastación de los ´90.
En todo caso es interesante el debate sobre la impostura de
los Kirchner, porque hay siempre un grado de impostura en la política. No hay
políticos que no deban lidiar con su pasado de un modo siempre enigmático.
Incluso políticos muy simples y mediocres como De la Rúa suponían una sorpresa,
porque nadie iba a saber en el país hasta qué punto iba a ser inepto. El
kirchnerismo es exhibido como una construcción ficcional. La política de DDHH,
la ley de medios, las retenciones, la nacionalización de empresas, las
paritarias, la redistribución de la riqueza, todo es una ficción elaborada en
base a representaciones. Detrás de su cara visible siempre está el oscuro
rostro de la hipocresía. Cuando no queda otra que reconocer algunos aspectos
siempre aparece la revelación que muestra el engaño subyacente. El ensayo de
Sarlo es audaz, escrito con más pasión que cálculo.
En la Argentina, audacia y cálculo son condiciones
necesarias para librar cualquier batalla. Dependiendo de cada situación, estará
por verse si son suficientes. Lo cierto es que en el escenario actual brillan
por su ausencia. La audacia quizás solo pueda encontrarse en la adopción de
medidas sanitarias que empujaban a restricciones. Audacia y restricciones
fueron necesarias, pero en el imaginario actúan como polos opuestos. Es lo que
le tocó a Alberto Fernández como presidente en tiempos de pandemia. ¿Se podría
haber calculado mejor una construcción política que sustentara la autoridad
presidencial de manera más potente en una situación de fragilidad? Néstor
Kirchner lo hizo, cuando los márgenes eran bastante más estrechos y con un
caudal electoral que era menos de la mitad del que ungió a Alberto. El régimen
hiperpresidencialista argentino pareciera obligar a quien llega a que fulmine
en el campo de lo simbólico lo que lo precedió. Kirchner lo hizo con el modelo
neoliberal de los ´90 (del cual fue parte) e incluso fue implacable con
Duhalde. Alberto no lo hizo en los tiempos que debía hacerlo con Macri y ahí
comienzan las dudas de una gestión que lejos está de satisfacer las demandas y
esperanzas que auparon su llegada al gobierno.
Ni audacia, ni pasión, ni cálculo
Sin acumulación política que trascienda los limites siempre
estrechos y egoístas de los espacios que responden a las principales
referencias de la coalición, sin disputa en el campo de lo simbólico y con una
gigantesca superestructura mediática que lidera la oposición política, queda
desequilibrada la disputa cultural en contra del gobierno. La pandemia provocó
más de 100 mil muertes en nuestro país. Hubo conductores televisivos que
festejaron en público cuando esa cifra había apenas superado los 10 mil. Cuán
contentos estarán ahora con una cifra multiplicada en buena medida por las
constantes predicas anti cuarentenas y anti vacunas. Lo cierto es que meses
atrás, la llegada de vacunas era una incertidumbre. Lo era así en todo el mundo
y la oposición la agigantaba mientras deseaba que el panorama fuera más
dantesco. Esa incertidumbre quedó en el pasado. Ya hemos recibido más de 55
millones de vacunas y el dispositivo sigue vacunando a lo pavote. En el
Hospital de la Baxada de Paraná se vacunan más de 3800 personas por día. Hace
un tiempo era un valor que se pensaba contundente en la disputa electoral pero
que se ha tornado lugar común. La campaña oficial casi no apela a su
valoración, la memoria corta hará el resto. La mayoría de los candidatos se
está centrando en un proceso económico que muestra signos de rebote, pero no
alcanza a llegar a los bolsillos alicaídos, que todavía resuellan de pena cada
vez que deben pasar por el cajero del súper.
La relación economía-resultado electoral es imprevisible. No
siempre fue así. El nivel de ingresos pierde por goleada frente a los precios.
La opo no puede aludir a ese sufrimiento de las mayorías sin una dosis
importante de cinismo e hipocresía. Es ella la principal responsable del
deterioro del poder adquisitivo. La economía va a jugar de una forma particular
en esta elección. La clave está no solo en el dato coyuntural sobre cómo
estamos hoy, sino qué perspectivas puede ofrecer el gobierno hacia adelante.
Yo no fui
Juntos por el Ajuste minimiza los problemas que surgen del
vínculo entre la deuda y el sector externo. El ingreso de Macri en la campaña
da lugar a un relato que se multiplica en los grandes medios. Sencillamente
niega el sobreendeudamiento. Yo no fui, la que endeudo al país fue Cristina.
Macri tomó deuda para librarnos de males mayores. Según ese relato, Alberto
Fernández incrementa la deuda en niveles superiores al gobierno anterior. Como
señalamos sistemáticamente, la oposición ve facilitado su tarea al contar con
los principales medios que hacen política 24 horas, todos los días. Y el
gobierno comunicacionalmente está en la edad de piedra. Los relatos hegemónicos
plagados de imprecisiones en la concepción de la deuda, configuran un terreno
donde el único programa económico sustentable es el ajuste fiscal. No
diferenciar entre el tipo de acreedor (público, privado u organismo
internacional) ni la moneda en la que está denominada la deuda; tiene como fin
presentar al ajuste fiscal como la única alternativa para administrar los
problemas derivados del endeudamiento. Para la ortodoxia, la solución a la
problemática del endeudamiento no radica en incrementar los volúmenes de
exportación y/o disminuir la demanda de divisas por importaciones, fuga de
capitales, remisión de utilidades o pagos de deuda. La solución pasaría
simplemente por una disminución del gasto público. La verdad es que el déficit
fiscal hoy está licuado y es por lo tanto un argumento de escasa relevancia
para solucionar los problemas externos que origina la dependencia del
endeudamiento internacional.
Dentro de la laxitud con la que la administración de Alberto
abordó algunas temáticas que requieren mano dura, sobresale el control de
precios. Si el gobierno no logra llegar rápidamente a niveles de inflación
entre el 2% y 2,5% mensual, el salario real experimentaría una caída del 3,8%
para 2021. La ya histórica estructura concentrada de formadores de precios se
consolidó fuertemente durante el gobierno de Macri, y si bien la inflación
responde a multicausales, la angurria empresaria a corto plazo conspira contra
la gallina de los huevos de oro, que es la posibilidad de revitalizar el
mercado interno, incrementando la demanda vía aumento del poder de compra del
salario. Tiene entonces el oficialismo un desafío inconcluso que debe resolver
urgente. Aún así hay que señalar que a pesar de las tensiones cambiarias
excitadas por los sectores exportadores y la pléyade de mercenarios que actúan
de economistas desfilando por los sets de TV, el gobierno mantiene más o menos
controlado el tipo de cambio que, recordemos, en el 2019 se devaluó un 57,7%.
En lo financiero busca diferenciarse; al no usar la tasa como instrumento para
combatir la inflación le ahorra un costo adicional a las empresas, que sería
lapidario en este contexto. El sector externo tiene más aire por el lado de la
competitividad, dado que el tipo de cambio real se ubica por encima de los
niveles de 2013, 2015 y 2017. El aumento en el nivel de reservas da algún
margen a la autoridad monetaria, pero todavía la escasez de divisas es muy
aguda. Apenas un poquito mejor que años anteriores por la mejora en los precios
internacionales y la caída en el volumen de las importaciones, producto de la
recesión y la pandemia. La actividad es la gran diferencia respecto de 2019.
Pero no todos los sectores vienen recuperándose al mismo ritmo. Los servicios,
vienen un poco más atrasados, pero es altamente probable que la hotelería, el
turismo y espectáculos crezcan fuertemente antes de que termine el año. El
nivel de reservas en todos los destinos turísticos así lo presagia. Los
productores de bienes, en particular la industria, ya tiene niveles de
actividad superiores a 2019.
Ni audacia, ni pasión, ni cálculo
A pocos meses de la segunda ola, son logros muy importantes.
Posiblemente no alcancen para gritar gol frente a la tribuna contraria. Es
prudente, porque aún hay demasiados a los que la recuperación todavía no les
llega. El desastre macrista fue enorme y no se olvida así nomás. Si esa memoria
juega como variable en el combo que decide el voto, la economía puede jugar de
otra manera a la hora de definir la tendencia electoral. La forma en la que
entra la economía en estas elecciones es a través de las expectativas hacia
adelante y de la tendencia de corto plazo. El salario no alcanza, pero ¿viene
mejorando o apunta a estancarse? La actividad económica ¿viene estancada o
creciendo?. Este gobierno tiene objetivos económicos muy distintos a los de
Macri. Simplificando podríamos decir que su principal objetivo es mejorar las
condiciones de vida de la gente. Pero hace poco y nada para que la gente se de
cuenta.
La capacidad de resiliencia de la Argentina ya ha sido puesta a prueba en más de una oportunidad. Recuérdese nomás que en el 2001 nuestro país se asomó al abismo y caminó al filo de la disolución en el sentido menos metafórico. El Estado se mostraba incapaz de mantener el monopolio de la moneda, proliferaban las cuasimonedas que alentaban la crisis, y el país en default. Caos social y político, saqueos, represión, muertes y que se vayan todos. Apenas dos años después, Kirchner mediante, el país crecía a tasas chinas.
Puede Fallar
Lo peor que podría hacer un analista político por estas
horas es darle entidad máxima a las encuestas. Es imposible encuestar en
profundidad, porque solo 10 de cada 300 llamados telefónicos son atendidos y
correspondidos respecto de las preguntas que se formulan. La sociedad no tiene
ganas de conversar de política ni de dar opiniones. No es una revelación. Se
sostiene esto desde el mismo momento en que comenzó la pandemia. El otro dato
es cuál es el número de ciudadanos que se acercará a votar en unas primarias
que parecen importarles a muy pocos. Salta y Corrientes fungen de muestra.
Altos índices de ausentes a la hora de emitir el voto. También se vio un
aumento del voto en blanco. Síntoma penoso para un país que padeció
sistemáticos quiebres institucionales y largos inviernos de prohibiciones al
protagonismo popular. Quienes se incorporan al padrón por primera vez y
aquellos que dudan en ejercer su responsabilidad cívica, deberían recordar que
no siempre en nuestra historia hubo libertad para decir (protestar o apoyar) y
hacer (militar, involucrarse, postularse y votar) como en estos tiempos.
Provincializar, misión imposible
En nuestra provincia, como en todas, las elecciones
legislativas de medio termino son nacionales. En la nuestra se nacionalizan en
serio. Quiere decir que por más esfuerzo que se realice, no hay posibilidades
de relativizar las variables de orden nacional para que las condiciones y
electores provinciales adquieran mayor peso en la decisión soberana del pueblo.
Los entrerrianos definen está elección sopesando haceres, dimes y diretes que
trascienden la comarca. El próximo domingo se lleva a cabo la primaria que
definirá cómo se asigna la representación de cinco de las nueve bancas
nacionales que tiene Entre Ríos en la Cámara de Diputados de la Nación. En el
oficialismo provincial recuerdan que el gobernador Bordet protagonizó la
campaña que en 2017 llevaba como candidatos a Juan Bahillo y Mayda Cresto. Esa
elección se perdió por KO, sin embargo, no afectó en lo más mínimo la imagen
del mandatario provincial. Una de las diferencias con aquella elección es que
el oficialismo llega con una lista de unidad consolidada por todos los sectores
del Frente de Todos. El fenómeno de las 10 listas que compitieron en las Paso
del 2017 está vez no sucederá. Bordet realiza todos los esfuerzos para
impregnar su imagen positiva a la lista, pero los resultados son una incógnita
que sólo se develará abiertas las urnas.
El foco de atención está sobre la disputa interna en el
frente Juntos. Las encuestas presagian un ganador, pero nadie se anima a
pronosticar con certeza los resultados. La presencia del nuevo afiliado radical
Martín Lousteau en Paraná fue vista por algunos como un signo de debilidad de
Frigerio, y fue aprovechada por el sector de los intendentes que lidera
Galimberti para disparar una vez más sobre el origen porteño del ex ministro
macrista. Desde la lista 502 B reconocen que les faltó más tiempo para
instalarse, pero esperan dar el batacazo y ser la sorpresa de las primarias. En
tanto en el justicialismo esperan confiados en que haya una mayoría silenciosa
que mantendrá su apoyo al gobierno nacional y reconocerá su campaña de
vacunación. La mirada se torna más optimista en la performance de noviembre,
sabiendo que más allá de un diputado más o uno menos, lo que se juega es el
posicionamiento de cara a la sucesión de Bordet en el 2023. En la Argentina,
eso es de acá a la eternidad.
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