Opinión “Sobre los repetidos actos de violencia en los jóvenes y sus terribles consecuencias”


Por María Laura Renoldi, Psicopedagoga, Especializada en Trastorno cognitivos, Neurociencias y PNIE y Medicina del Estrés. Coordinadora de Equipos Técnicos Evolución Radical Paraná

En medio del juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, de total conocimiento por miles de argentinos, semana tras semana las noticias no dejan de dar cuenta de golpizas fatales a jóvenes en las puertas de boliches, en paseos públicos, a la salida de un after y sigo…

Frente a cada información de este tipo, vuelve una misma pregunta: qué pasa?

Qué les pasa a estos sujetos violentos, que sabiendo de tantos jóvenes que mueren en diferentes lugares de nuestro país violentados a golpes, siguen repitiendo tal comportamiento.

Es que acaso no hay valoración por la vida?

No hay límites posibles en estos jóvenes?

Será que la forma que han aprendido de comunicarse y relacionarse es a través de golpes, frente a la mirada expectante de otros, que incluso filman las escenas como si se tratara de trofeos?

Será que es un comportamiento propio de la adolescencia de hoy?

Será que son hijos de una sociedad carente de adultos capaces de guiar y conducir desde el respeto por el otro, el respeto por las diferencias,  la mirada empática y solidaria, la valoración por la vida propia y ajena?

O será que es la suma de todo esto que está llevando a comportamientos erráticos y desubicados?

Como se ha naturalizado la violencia contra la mujer y los feminicidios, ahora no dejamos de enterarnos de golpizas y asesinatos a jóvenes; en manos de violentos que con total impunidad ni tras las rejas muestran arrepentimiento o hacen uso de sus derechos para “zafar” de condenas ejemplificadoras, demostrando que la vida del otro no vale nada.

Estos hechos, que ya han dejado de ser aislados, llevan a reflexionar si están, de alguna manera, estimulados o que se fomentan por los nuevos modos de comunicación, por las redes sociales, por los juegos en red, que impulsan y motivan a mostrar realidades y violencias qué solo existen en el imaginario de muchos, o es simplemente una réplica más del modo de vinculación antisocial en que nos hemos convertido, atravesados por las tecnologías, diversas experiencias destructivas y otras formas de relación, generalmente de violencia en manada, como hienas, sin control.

Hoy nos encontramos social y tecnológicamente direccionados a mostrar una forma de vida, que estimula a mostrar-se a través de pantallas, mostrar todo lo que debe ser: sólo lo bello, lo estético, mostrar fortaleza, claridad, pertenencia a determinados grupos, diferenciación explícita a ese “otro” y, lógicamente, mostrar dones de liderazgo, de pertenecer (pertene-Ser).

Las redes en su esplendor, y puntualmente los grupos de WhatsApp, donde se cierra aún más el contenido y se potencia esa diferenciación hacia los otros, no muestran la realidad directa en la mayoría de los casos, es más, se refuerza un modelo de irrealidad donde se presume y asume una disociación constante.

Algo a lo que de manera individual y colectiva se busca proyectar, se anhela ser, se busca identificarse y ser aceptado por otros en esta inmensa vidriera donde lo mejor es que se reluzca, perdiendo el sentido si ese relucir es desde lo moralmente aceptado, acrecentando malas conductas, pero aceptadas o dónde actos no tienen consecuencias y el transgredir termina siendo un hábito que genera placer, en manada también.

Más si querés pertenecer y diferenciarte de algo/alguien, te considerás superior o querés destruir para que no te recuerde algo/alguien que también sos, que compartís una edad, un color de piel y no estás muy lejos de tener más o menos en los bolsillos de eso a lo que no querés pertenecer y por eso mejor eliminar. 

Así las cosas, las redes y lo que pueden generar, se usan de manera narcisista en algunos, otros para potenciar su poder o manipular, convencer y así lograr cambios de mentalidad.

Pero, sin desmerecer el fenómeno social que vivimos con las redes, su instantaneidad y alcance efectivo, no es tan lineal que ocasionen estas conductas, porque también sirven de comunicación directa, de unión, de solidaridad, de empatía, donde todos producimos contenido y consumimos, que de otras formas estaba todo dado para leer, ver y escuchar una sola voz o la de unos pocos, impuesta.

Además, en esta pluralidad y multiplicidad de voces, se llega a donde de otra manera no sería posible, se da a conocer, se moviliza y también se busca justicia.

Pero, en el uso, como en la vida misma en el cara a cara,  también se esconden algunas miserias, soledades, vulnerabilidades, inseguridades, detrás de posteos, generalmente cuidadosamente armados y claramente buscando la aceptación y reafirmación de esa realidad.

Por tanto, en la búsqueda de poder interpretar qué está sucediendo, se nos invita a pensar un poquito qué es la adolescencia, cómo se transita y qué características presenta esta etapa del desarrollo humano entre la niñez y la adultez, que va de los 11 a 19 años aproximadamente, en la cual se suceden cambios biológicos, sexuales y psicológicos necesarios para formar un individuo socialmente maduro.

La adolescencia es también escenario de inestabilidades, presiones sociales y emocionales que hacen de ésta una etapa de alta vulnerabilidad y riesgo.

Los cambios psicológicos del adolescente, en ambos sexos, llevan a la formación de la identidad individual, luego de atravesar procesos de socialización extrema y de duda, incertidumbre o inquietudes existenciales.

El adolescente aprende a lidiar de manera adulta con sus emociones, pero primero se ve envuelto en un torbellino cambiante de ellas.

Muchos adolescentes se muestran inseguros o tímidos, oscilan entre la euforia y la depresión, y presentan etapas problemáticas de rebeldía.

Se supone que el adolescente está “probando” diversos modos de pertenencia grupal y de comunidad, lo cual a menudo intentan oponerse a la autoridad paterna y/o  leyes de un sistema familiar.

Si bien hasta acá estas son características propias del adolescente, en ningún momento la adolescencia implica, o conlleva, o presupone la pérdida de coherencia, el desconocimiento de conductas saludables y parte de un sistema social, o la indiferencia frente a hechos que generan dolor o sufrimiento en otros.

En este sentido, se descartaría entonces que las situaciones de peleas y golpizas sean comportamientos propios de la adolescencia, que hace que “se les vaya la mano”, por lo tanto, como no es algo intrínseco y propio de una etapa o grupo social, debemos, obligadamente, pensar que estamos frente a un problema conductual, de normas, límites y roles sociales que se acentúa en la etapa de la adolescencia.

Problemáticas ocasionadas quizás por falta de respeto a los límites, a la autoridad que ordena, que marca el hasta dónde, tanto en los entornos familiares, donde generaciones de padres crecieron con un autoritarismo extremo y  consideran inconscientemente que  imponer un límite se convierte en falta de amor o acompañamiento, como de las instituciones, que por lo mismo, han flexibilizado reglas y normas, permitiendo así determinados comportamientos; desde edades tempranas.

Sin ir más lejos, un titular de hace unos días informaba que el papá de unos de los acusados en el juicio por Fernando Baez Sosa manifestó que no es él quien debe pedir disculpas a los padres de Fernando, sino su hijo.

Y en cierta manera es real, pero como padre también le competen responsabilidades sociales, culturales y de sentido común, no sos culpable del mal comportamiento de tu hijo, sí responsable, ya que si son prácticas que se venían dando, no podés desconocer o no intervenir para evitarlas.

Más allá de las estrategias legales en el marco de una acusación que puede condenarte a perpetua, un padre que no es capaz de desarrollar un gesto de empatía, de humildad y solidaridad para con otros padres que perdieron a su único hijo, producto de una golpiza en la que estaba involucrado uno de sus hijos, difícilmente sea un padre que pueda educar desde el ejemplo y los valores éticos y morales.

En fin, no sé muy bien qué es lo que está sucediendo con nuestros jóvenes y estos comportamientos que, hasta por momentos, parecerían normales, pero nos interpelan fuertemente como sociedad, ya que continúan sucediendo y ocasionando fuertes rupturas además de la irremediable pérdida de seres queridos.

Quizás sea tema para la sociología, comunicación social, psicología y toda ciencia que estudie comportamientos humanos en este siglo, pero mientras tanto sin lugar a dudas, se debe reconocer que  estamos frente a un problema de comportamiento social que merece ser abordado urgentemente.

En un contexto donde las redes se han vuelto armas poderosas para generar opinión y fomentar delitos informáticos contra la integridad de las personas, seguramente estos problemas tienen otros condimentos que favorecen, promueven o fortalecen tales conductas. Ya que antes una conducta determinada se daba en un espacio físico, real, en un tiempo concreto, ahora también se continúa en las redes que se vuelven un círculo infinito, multiplicando lo bueno y aún más lo que no se muestra o se esconde bajo grupos o falsos perfiles, pero perversamente se busca mostrar.

Así como se suman las responsabilidades del sistema de salud, sobre todo mental, en lo que refiere a prevención y promoción de vida termina siendo un lujo de pocos, como del sistema educativo, que muchas veces lejos de sancionar conductas miran a otro lado o general más violencia.

Invito a quienes tengan hijos, a que piensen, observen y actúen en consecuencia, no es culpar a los padres de un fenómeno social, ni meter a todos en una misma bolsa, de esta des- socialización, que seguramente tiene que ver con varias situaciones sociales que se viven y donde se carece de la promoción y valoración por la vida, el cuidado comunitario, el promover la convivencia armónica, basada en un sistema de normas y reglas;  fundamentales para seguir gozando de nuestros derechos, principalmente el derecho por excelencia, el derecho a la vida.

Es responsabilidad de todos trabajar en los mínimos detalles, mediante una tarea diaria individual, familiar y social. Dialogar con nuestros hijos, conocer qué hacen, cómo actúan dentro y fuera de casa, qué consumen, de quién se burlan, su conducta individual y grupal, evitando, marcando lo que no se debe hacer ni atentar y aún cuando no es tu hijo y está haciendo algo incorrecto, decirlo. No filmarlo ni postearlo, actuar de a pie. Ahora.

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