Crónicas de la época: de aquel dirigente humilde al exgobernador millonario


El episodio transcurrió hace casi 35 años. Fue una mañana de mayo de 1990 en que el entonces gobernador Jorge Busti le dijo a su chofer que preparara el auto oficial de la Gobernación para retornar a Concordia y estar en su casa el fin de semana, como casi siempre sucedía. Carlos Menem cumplía los primeros tiempos de mandato inicial y Busti había tenido que moverse como pez en el agua para recuperar su confianza después de haber estado en contra en la interna con Antonio Cafiero, en 1988.

El Chino Busti -como lo conocía buena parte del arco político de la década del ’70 y en especial aquellos con militancia universitaria en Córdoba- estaba definiendo las precandidaturas de las internas del PJ previstas para el mes de diciembre y llevaba no pocos papeles con innumerables tachones y cruces, en un mapa provincial.

--¿Voy directo a Concordia? -le preguntó su fiel chofer, Héctor Ducasse, con quien tenía una relación de varios años y era alguien de suma confianza. El Negro había sido clave en la campaña del 87. Recorrió de punta a punta la provincia manejando el auto del municipio de Concordia, donde Busti había asumido en 1983.

El entonces gobernador ni respondió la pregunta. Solamente hizo el movimiento afirmativo con la cabeza, sin dejar de levantar la vista de los papeles.

El Negro Ducasse esperó algunos minutos, se acomodó los anteojos y volvió a interrumpir.

--Jorge, te estás olvidando de algo. Por eso pregunto.

--¿Olvidando de qué?

--De que estábamos invitados a cenar en la casa de este muchacho de General Campos, que está al frente de la comuna.

--Uhh, es verdad. Paremos en algún lado y avisale que pasamos por allí, pero no a cenar, porque no quiero llegar tarde a mi casa.

Ducasse detuvo el auto en proximidades de Villaguay, tomó el inmenso teléfono celular de Movicom que se había instalado en el vehículo semanas antes y acordó el encuentro. Busti había bajado al baño y cuando regresó se encontró con la novedad.

--Jorge, dice Urribarri que ya empieza a preparar unos pollitos a la parrilla que tenía previsto. Que comen temprano. Que a las 19 ya está lista la cena, pero que lo dejes agasajarte, porque dice te vas a “rechupar los dedos”. Quiere sumar puntos el muchacho…

Busti puteó unos segundos, pero se dio cuenta que no le quedaba otra. “Cristina me va a matar”, alcanzó a decir, en referencia su esposa.

Llegaron cerca de las 18.45 a la humilde casa del Instituto de la Vivienda, en el barrio social encarado por el IAPV en la pequeña localidad de General Campos. Urribarri lo esperaba en la puerta con su mujer Ana Lía Aguilera y los cuatro chicos: Sergio Damián, Mauro, Bruno y Franquito, que aún no había cumplido un año de vida. Los dos primeros lo miraron sorprendido a Busti, que apenas tenía 40 años, pero no dijeron nada. “Salúdenlo al gobernador de Entre Ríos; no sean desatentos”, les dijo la mujer de Urribarri a los pequeños, pero estos siguieron en la misma y jugaron un rato más a la pelota en la puerta de la casita. El último en llegar fue un gurrumín, descalzo y con ropa casi destruida.

--¿Y él quién es? -preguntó Busti.

--El es mi hermanito más chico, doctor. Es el Juampi -contestó Ana Lía.

Juan Pablo Aguilera apenas tenía 12 años, pero ya tenía la imagen del pibe pícaro, con cara de poco estudio y demasiado callejero. Busti le acarició la cabeza de pelo chuzo y despeinado, y continuó por la casa.

--Venga a ver gobernador los pollitos que le estoy haciendo -dijo Sergio Daniel Urribarri y lo llevó hasta el patio.

Busti se sorprendió cuando observó la parrillita puesta sobre la tierra en un rincón del patio, con unos pocos ladrillos. “Ahh, ya prácticamente están listos”, comentó rápidamente.

--Sí, tal como le dije. La cocina es mi fuerte y más aún la parrilla.

Busti no estuvo más de 50 minutos con la familia Urribarri. Saludó a cada uno y le pidió al anfitrión que lo acompañara hasta el auto. “He decidido que vas a ser el precandidato a diputado provincial por el departamento Concordia, así que empezá a prepararte. No se pueden cometer errores”, le dijo el gobernador.

“Me emociona doctor. No me esperaba semejante halago”, le dijo, mientras se secaba algunas lágrimas y le hacía un gesto de complicidad a su mujer, que lo observaba atentamente desde la puerta de chapa de la casa sin saber de qué se trataba ese diálogo reservado. Urribarri le dio un fuerte abrazo a Busti y lo despidió con un “hasta los próximos días”. Al poco tiempo pasó Ducasse por la casa y le dejó un paquete. “Esto para el Juampi”, dijo el chofer. Eran un par de remeras y pantalones de jean que la noche anterior Busti le había hurtado a uno de sus hijos en Concordia.

Sergio Urribarri había nacido a escasos kilómetros de General Campos; precisamente en Arroyo Barú, un poblado de no más de 500 habitantes, el 7 de octubre de 1958. Hijo de Miriam Teresita Luchessi, una maestra de escuela rural y de Jorge Enrique Urribarri, jefe de una pequeña estación ferroviaria, estuvo hasta los 18 años en esa pequeña comunidad, hasta que su padre fue trasladado a General Campos, a no más de 60 kilómetros de Concordia y muy próximo a la ciudad de San Salvador.

Sergio Daniel es el segundo de tres hermanos. El primero, Guillermo, es médico y conduce el hospital Chacabuco de Arroyo Barú, hace más de 40 años. Armando, que era veterinario, falleció en el 2016 tras combatir largamente contra el cáncer. Junto con sus humildes padres, los tres vivieron de chicos en la estación de trenes de General Campos. Mucho tiempo después se trasladaron a una casa ubicada más “en el centro” del poblado. Don Jorge Enrique había sido candidato a presidente comunal por el peronismo, pero no le fue muy bien en las elecciones. No obstante, Sergio Daniel no abrazó de entrada su amor por el general Juan Perón, porque en principio simpatizó más por el radicalismo, en especial por el furor que habían generado las ideas de Raúl Alfonsín y así se lo hacía saber a algunos de los amigos del pueblo. Fue en ese momento en que conoció al entonces jefe de la bancada radical de diputados nacionales, el victoriense César Jaroslavsky, quien les había prometido una ambulancia para el pueblo. Uno de sus mejores amigos lo quiso sumar a la Juventud Radical, pero Urribarri marcó distancia, más allá de su buena relación. “Si hacemos un partido vecinal, nuevo, te acompaño”, le dijo.

Entró a trabajar a la sucursal del Banco Mesopotámico a principios de los ’80 y al poco tiempo se puso de novio con Ana Lía Aguilera, también proveniente de una familia muy humilde. No pocos recuerdan una foto de ambos en los carnavales de 1982, arriba de una carroza, donde, al parecer, la muchacha, que lucía una malla turquesa, ya esperaba al primer hijo. El embarazo le trajo algunos problemas familiares a Urribarri; el padre de la joven -que tenía entre 17 y 18 años- trató de propinarle una paliza, corriéndolo con un cuchillo y tuvo que intervenir el policía Rubén Espinosa para que el cruce no pasara a mayores. El sargento dejó escondido en su casa particular a Urribarri, hasta tanto se le pasara la furia a su suegro. Esa fuerte ligazón con los Aguilera hizo también que en las elecciones del ’83, Urribarri tuviera que colaborar con la campaña de su tío político, César Aguilera -hermano del padre de Ana Lía-, que fue candidato a intendente por la UCR en el pueblo.

Los Aguilera eran muy allegados a la Iglesia y la situación del embarazo de Ana Lía había generado una fuerte conmoción familiar. Esto motivó que la joven pareja se marchara de la casa familiar y fueran a vivir a una vivienda social -que terminó destruida en el pueblo con el correr de los años-, que la comuna había construido en la década del ‘70.

Urribarri intentó avanzar con la carrera de Ciencias Económicas en Concordia, pero el crecimiento familiar lo complicó. Entre otros, en la facultad, lo tuvo de compañeros a Gustavo Bordet y a Hugo Ballay, el exministro. Uno de sus amigos del lugar le hacía incluso las monografías en su máquina de escribir, en los horarios de la siesta o la tarde. Varios días a la semana hasta iba al banco a trabajar junto a él.

La madre de Ana Lía -doña Paula Medina- también era maestra y el padre, Nepomuceno Aguilar, atendía una librería muy chiquita de General Campos. Es la única mujer de tres hermanos; uno de ellos cura, Aníbal Aguilera, quien ingresó al Seminario de Paraná, después de varios noviazgos conocidos en el poblado y una adicción: las motos importadas. Con esto último se sigue moviendo y no lo ha podido superar. En medio de los pobres o los necesitados, el cura Aguilera no tiene problemas en andar sobre su moto de alta cilindrada. Y si debe defender a su cuñado Sergio Daniel, no duda en utilizar el púlpito o algún que otro micrófono. Lo más saliente fue en el conflicto del campo, cuando salió en contra del reclamo de los productores de Chajarí, cuando se encontraba en la Parroquia Santa Rosa de Lima de dicha localidad. «Se escuchan muchas agresiones, muchas acusaciones, que es repetir el `crucifíquenlo´ que le gritaban a Jesús; hay que dialogar, pero con respeto, no hay que creerse con el derecho de avasallar al otro», indicaba con énfasis.  El otro, el menor, siempre fue el apañado de Ana Lía: Juan Pablo Aguilera, a quien nunca se le conoció trabajo alguno, hasta que su cuñado llegó al poder en Entre Ríos.

La primera actividad política de Urribarri fue precisamente en General Campos. Tenía 20 años -o sea en 1978, plena dictadura y año del Mundial de fútbol en la Argentina- cuando un amigo lo convocó para que trabaje ad honorem en la Comisión de Cultura de la comuna. “Ayudó dos o tres veces con unos carteles para la Navidad, pero no más que eso”, recordó ese allegado. Mientras tanto, no dejó de trabajar como bancario. De igual manera, los integrantes de esa comisión le juntaban algo de dinero para darle, porque el sueldo del banco no le alcanzaba para mantener tantas bocas. Fue entre 1982 y 1985 aproximadamente, que Urribarri sumó otra actividad laboral, los fines de semana y junto a su mujer. Su entrañable amigo José Luis Galván, con quien incluso hizo varios negocios vinculado al arroaz, puso un boliche bailable en San Salvador, que se llamaba Nipur y ellos eran los que estaban en la caja o en el guardarropa. El boliche terminó cerrando casi diez años después, cuando unos pibes concordienses le prendieron fuego al techo de paja del lugar, en revancha porque una semana antes no los habían dejado ingresar por ser menores. Desapareció en diez minutos por el accionar del fuego.

Algo le cambió la vida a Urribarri cuando se presentó como candidato a intendente de General Campos, en 1987, junto con la lista que postulaba a Jorge Busti para gobernador. No obstante, nadie lo recuerda como un “buen administrador”. Al contrario, todos hablan del “desastre” que hizo en la comuna, consecuencia quizás de su inexperiencia. Los hermanos Quintana fueron los que lo llevaron como candidato del pueblo; lo consideraban “un buen muchacho” y “trabajador”, en su rol de cajero del banco. Le ganaron las elecciones al referente del Molipo (Movimiento de Línea Popular), que lideraba el exembajador de Jorge Videla en España y exgobernador entrerriano, el paranaense Jorge Washington Ferreyra. La noche anterior le pincharon las gomas con clavos miguelitos a todos los allegados al partido de derecha y por ende casi los dejaron sin movilidad. Fue por orden de Urribarri que, en la jornada anterior al comicio, también se buscaron a todos los ciudadanos humildes del pueblo, a los borrachines, discapacitados o gente de la tercera edad, para encerrarlos en un galpón y darle asado y buen vino. Era la forma de asegurar el voto a primera hora de ese domingo electoral. El único que se escapó fue un tal Domingo del Fío, de la Colonia El Caracol, que era un personaje muy querido. Esa noche fue hasta las vías del tren y se arrojó al paso de la maquinaria.

Urribarri asumió en el cargo comunal, pero varias situaciones particulares, por su conducta enamoradiza, lo llevaron a tener serios conflictos en el pueblo. Incluso estuvo varios meses ausente de la comuna, pero Busti lo convenció para retornar y terminar su mandato. El comentario pueblerino en cada rincón indicaba que tuvo que abandonar antes de tiempo la conducción de la comuna, precisamente por esos problemas. Su madre, Miriam Teresita Luchessi de Urribarri, que colaboraba con él en la secretaría privada, fue la que puso el pecho a las balas. Ella prácticamente terminó la gestión, mientras que su hijo hacía política para llegar a la Legislatura entrerriana y pasaba en alguna hora para firmar los papeles que faltaban. El PJ ganó el departamento Concordia en todos los rincones. Menos en General Campos. La gente le pasó factura al prófugo. Pero igual le alcanzaron los votos departamentales para llegar a la Cámara de Diputados.

El paso de Sergio Urribarri por la Cámara de Diputados de Entre Ríos en la gestión de Mario Moine fue totalmente intrascendente. Solamente se lo recuerda por haberse opuesto a la decisión de Moine de concretar una severa reducción de personal de la administración pública, siguiendo los lineamientos de Domingo Cavallo y con el aval de la Iglesia de  Paraná, representada por el arzobispo Estanislao Esteban Karlic. Moine se enamoró del informe redactado por el funcionario del Ministerio del Interior Héctor Domenicone, bajo el nombre de Plan para la contingencia, que establecía que en la provincia había que cesantear a por lo menos diez mil empleados. Esa cifra ya había aparecido en un informe del Ministerio de Economía de Entre Ríos, realizado en septiembre de 1991, que el entonces titular de la cartera, Eduardo Jorge Macri, prefirió cajonear bajo siete llaves.

--Vos no te movés de esta decisión, Pato. Te oponés y te bancás que te puteen todos los otros legisladores del PJ -le ordenó Jorge Busti, que en el primer día de gobierno del ex empresario supermercadista marcó distancia y de alguna manera rompió relaciones, pese a que había sido el que lo apadrinó para llegar al sillón de Justo José de Urquiza.

--Pero estoy solo, Jorge. Nadie me acompaña y todos me presionan

--Te la bancás Pato. No se habla más. Esto le va a hacer de boomerang a Moine. Ya vas a ver. Dame tiempo nomás.

En realidad, no incidió para nada el gesto de Urribarri. Le sirvió solamente para quedar “de un lado” en ese momento histórico. Nadie del Poder Ejecutivo intentó siquiera hablar con el legislador, para pedirle explicaciones o tratar de convencerlo. “No vale la pena; sigue estrictas órdenes de Busti”, le dijo el jefe de bloque, el diputado provincial Eduardo Marín (PJ-Gualeguaychú), secundado por el titular de la Cámara Baja, Orlando Víctor Engelmann (PJ-Federación), quienes eran los arietes de Moine en la Legislatura. En realidad, había varios diputados que estaban obligados a hacer buena letra con el nuevo gobernador y seducirlo para que se juegue por ellos, a cambio de un pleno apoyo, en una embestida que se venía desde el Tribunal de Cuentas que presidía el ex arquero de inferiores de San Lorenzo de Almagro y ex presidente de Patronato, Hugo Alberto Molina, por irregularidades en compras millonarias y distribución de cajas de alimentos en el primer gobierno de Busti. Entre ellos estaban los citados Engelmann y Marín, pero la lista comprendía también a Raúl Taleb y a Dionisio Gavilán, que era allegado al ex vicegobernador Domingo Daniel Rossi. Fue tal la presión que le metieron a Moine que lo llevaron a cometer yerros políticos, en defensa de los más comprometidos, que le generaron un particular desgaste.

Diferente era la situación en el Senado provincial. Moine tenía todo más controlado, a partir de la buena relación que había con Emilio Aroldo Castrillón (PJ-La Paz), quien había logrado alinearlo a todos los legisladores. La excepción podía ser Abelardo Félix Pacayut (PJ-Islas), pero si era necesario sonaba un teléfono desde Casa Rosada y se terminaban los problemas. Pacayut se consideraba un menemista de la primera hora y jamás se opuso a alguna directiva desde el poder central. El otro que podía generar problemas era Ricardo Ramón Paiva (PJ-Gualeguaychú), un querido médico correntino afincado en el sur de la provincia que siempre fue un personaje y era de revelarse a algunas determinaciones algo inconsultas. Tenía como principal asistente a Pedro Angel Báez, que era empleado del IAPV y lo había conocido en su permanencia en Gualeguaychú. El principal enemigo de Paiva en el Senado era Juan Carlos Cresto (PJ-Concordia). El hijo del exgobernador Enrique Tomás Cresto -destituído por el último golpe militar- nunca pudo determinar por qué casi todos los días, cuando llegaba al despacho, se encontraba que tenía la puerta y la alfombra orinada.

Análisis 

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