El papa Francisco pidió a las parejas que no tengan sexo antes del casamiento: “La castidad enseña el amor verdadero”


Un nuevo documento del Vaticano pregona sobre “la preciosa virtud” de abstenerse a tener relaciones prematrimoniales: “Enseña a todo bautizado el recto uso de su sexualidad”

El Papa quiere que la Iglesia católica establezca “itinerarios de acompañamiento” en una pastoral específica para los divorciados vueltos a casar y para las parejas que ya conviven antes del matrimonio. Así lo ha puesto de manifiesto en el prólogo al Itinerario catecumenal para la vida matrimonial del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida que ha publicado este miércoles en el Vaticano.

“Es mi ferviente deseo que a este primer Documento le siga cuanto antes otro, en el que se indiquen métodos pastorales concretos y posibles itinerarios de acompañamiento, dedicados específicamente a aquellas parejas que han experimentado el fracaso de su matrimonio y viven en una nueva unión o se han vuelto a casar civilmente”, explica el papa Francisco.

Y la importancia de la castidad ocupa algunos párrafos en este documento. Dice que “a la Iglesia no le debe faltar nunca el valor de proponer la preciosa virtud de la castidad, por mucho que ahora esté en rotundo contraste con la mentalidad común. La castidad debe presentarse como una auténtica ‘aliada del amor’, no como su negación. Es, de hecho, la forma privilegiada de aprender a respetar la individualidad y la dignidad del otro, sin subordinarlo a los propios deseos. La castidad enseña a los recién casados los tiempos y los caminos del amor verdadero, delicado y generoso, y los prepara para el auténtico don de sí mismos que se vivirá luego durante toda la vida en el matrimonio”.

Argumenta que hay que “mostrar que la virtud de la castidad no sólo tiene una dimensión negativa que pide a cada uno, según su estado de vida, abstenerse de un uso desordenado de la sexualidad, sino que también posee una dimensión positiva muy importante de libertad de la posesión del otro –en términos físicos, morales y espirituales– que, en el caso de la llamada al matrimonio, tiene una importancia fundamental para orientar y alimentar el amor conyugal, preservándolo de cualquier manipulación. La castidad, en definitiva, enseña, en cualquier estado de la vida, a ser fiel a la verdad del propio amor. Esto significará, para los novios, vivir la castidad en continencia y, una vez casados, vivir la intimidad conyugal con rectitud moral”.

Y prosigue: “La castidad vivida en continencia permite que la relación madure gradualmente y en profundidad. Cuando, de hecho, como sucede a menudo, la dimensión sexual-genital se convierte en el elemento principal, si no el único, que mantiene unida a una pareja, todos los demás aspectos, inevitablemente, pasan a un segundo plano o se oscurecen y la relación no progresa. La castidad vivida en continencia, por el contrario, facilita el conocimiento recíproco entre los novios, porque al evitar que la relación se fije en la instrumentalización física del otro, permite un diálogo más profundo”.

“Nunca es inútil hablar de la virtud de la castidad, ni siquiera cuando se habla a las parejas que conviven”, analiza. “Esta virtud enseña a todo bautizado, en cualquier condición de vida, el recto uso de su sexualidad, y por ello, incluso en la vida matrimonial, es de suprema utilidad. Como esposos, en efecto, emerge aún más claramente la importancia de aquellos valores y atenciones que enseña la virtud de la castidad: el respeto del otro, el cuidado de no someterlo nunca a los propios deseos, la paciencia y la delicadeza con el cónyuge en los momentos de dificultad, física y espiritual, la fortaleza y el autodominio necesarios en los momentos de ausencia o enfermedad de uno de los cónyuges, etc. También en este contexto, la experiencia de los esposos cristianos será importante para explicar la importancia de esta virtud dentro del matrimonio y de la familia”.

El Documento subraya que la Iglesia quiere estar cerca de las parejas de divorciados vueltas a casar y los que ya conviven antes del matrimonio y caminar también con ellos para que no se sientan abandonados y puedan encontrar en las comunidades lugares accesibles y fraternos de acogida, de ayuda al discernimiento y de participación.

Por otro lado, destaca la necesidad de evitar las rupturas y ha destacado la preparación al matrimonio como un “antídoto” para evitar la proliferación de celebraciones matrimoniales nulas o inconsistentes.

“Prevenir las rupturas, en efecto, es un factor decisivo hoy en día para evitar las separaciones, que pueden deteriorar y dañar irremediablemente el vínculo”, explica.

En este sentido, alerta de la “grave preocupación” que le produce que con una preparación demasiado superficial, las parejas corran el riesgo real de celebrar un matrimonio nulo o con unos cimientos tan débiles que se “desmorone” en poco tiempo y no pueda resistir ni siquiera las primeras crisis inevitables.

Francisco también se refiere a la situación de las familias con problemas que dejan profundas heridas en las personas. En este sentido, recuerda que la Iglesia es una madre y que “una madre no tiene preferencias entre sus hijos” sino que debe dar a todos el mismo cuidado, la misma atención y el mismo tiempo.

“Al igual que los sacerdotes y las personas consagradas, los matrimonios también son hijos de la madre Iglesia, y una diferencia de trato tan grande no es justa”, avisa.

El documento subraya que la Iglesia quiere estar cerca de las parejas de divorciados vueltos a casar y los que ya conviven antes del matrimonio

También recuerda que las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada surgen precisamente de las familias, que son las que componen el tejido de la sociedad y “remiendan sus desgarros con paciencia y sacrificios diarios”. “Es un deber de justicia para la Iglesia madre dedicar tiempo y energías a preparar a quienes el Señor llama a una misión tan grande como la familia”, subraya.

Francisco pide así que la parroquia o la comunidad dispongan de un servicio pastoral de acompañamiento de las parejas en crisis, al que puedan acudir quienes perciban que se encuentran en esta situación particular.

En este sentido, el Vaticano sugiere que sean los cónyuges, especialmente los que han vivido una crisis después de haberla superado, los que se conviertan en “acompañantes” de las parejas en dificultad o ya divididas.

Del mismo modo, el documento Itinerario catecumenal para la vida matrimonial del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida apunta que “sea urgente poner en marcha proyectos de formación destinados a las parejas que acompañan tanto a los que están en crisis como a los separados, con el fin de crear las condiciones para un servicio pastoral que responda a las necesidades de las familias y, también, de los hijos”.

Separación inevitable

Con todo, el Vaticano reconoce que hay situaciones en las que la separación es inevitable y, al citar la encíclica del Papa Amoris Laetitia, se afirma que a veces puede llegar a ser incluso “moralmente necesaria”, cuando precisamente se trata de sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, el desaliento y la explotación, la ajenidad y la indiferencia.

Para el Vaticano, es importante “acompañar [también] pastoralmente a los separados, los divorciados y a los abandonados”. Además, pone especial atención a la necesidad de “acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados a romper la convivencia por los maltratos del cónyuge”.

Finalmente, el documento defiende que hay que alentar a las personas divorciadas que no se han vuelto a casar, que a menudo son testigos de la fidelidad matrimonial, a encontrar en la eucaristía el alimento que las sostenga en su estado.

Infobae

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