Luego del fallecimiento de Juan Domingo Perón, surgieron los
crímenes de la Triple A. Montoneros adoptó entonces el recurso del “doble
encuadramiento”, por el cual muchos militantes de superficie fueron
incorporados a su aparato militar, pero sin dejar de pertenecer a sus
agrupaciones de origen.
Patricia Bullrich, “Cali” –tal era su nombre de guerra -fue
asimilada a los Montos y en son de broma se decía– con rango de “cuñada
primera”, porque su hermana, Julieta, era la pareja de Rodolfo Galimberti, los
tres actuaban en la Columna Norte de la organización.
A fines de agosto de ese año le encomendaron a Cali un
relevo de zona; tenía que monitorear el flujo de vehículos en el tramo de la
Avenida del Libertador que abarcaba desde la localidad de Beccar hasta límite
con la Capital Federal, o sea una gran porción de la hoy conocida zona norte
del conurbano bonaerense.
Las directivas no incluyeron ningún detalle sobre la acción
a desarrollar, y mucho menos aún su objetivo. Cali solo tenía que saber la
parte que le correspondía.
Esa tarea la tuvo ocupada por unos días y después redactó un
informe.
Fue justo antes de que Montoneros decidiera su pase a la
clandestinidad.
En medio de esas circunstancias sobrevino el 19 de
septiembre.
A las 8.05 de aquel jueves, una camioneta Chevrolet C10 Posi
Track de color beige permanecía estacionada sobre la calle Acassuso, casi en la
esquina con la avenida Elflein, de La Lucila. Tenía una lona verde que cubría
la caja y carteles que decían “Al servicio de ENTel”.
Al volante estaba Miguel Lizaso. En el medio, Galimberti. Y,
acodado sobre la ventanilla derecha, un militante apodado “Chacho”. En sus
piernas reposaba una escopeta recortada.
Más atrás, a unos cuatro metros de distancia, había otra
camioneta, una Dodge, con un tal “Tomás” y otro militante al que llamaban
“Román”.
Otros dos, colgados de un poste, fingían arreglar cables de
teléfono.
Una Ford F-100 aguardaba a la vuelta, sobre Elflein, del
lado de la vía. Sus ocupantes colocaron un cartel de “Gas del Estado”.
También había un presunto supervisor. Era Roberto Quieto,
uno de los integrantes de la Conducción Nacional.
Galimberti miró por enésima vez su reloj; eran las 8.10.
En ese preciso instante, a casi cinco kilómetros de allí,
alguien abría el portón de la enorme propiedad (que comprendía tres mansiones)
situada en la calle Florencio Varela 672, de Béccar. Y del frondoso jardín
emergió un Ford Falcon De Luxe celeste con doble faro, escoltado por otro del
mismo modelo, pero verde. Ambos doblaron por Libertador a la izquierda.
Un Peugeot 504 comenzó a seguirlos.
El asunto arrancó de acuerdo a lo previsto. El vehículo que
diariamente llevaba a Jorge Born al edificio de Lavalle y Reconquista (donde
estaban las oficinas del holding Bunge & Born, del cual él era director
general) había partido a la hora indicada, conducido por el chofer Juan Carlos
Pérez (identificado así por la inteligencia previa). También formaba parte de
esa rutina el dúo de policías de civil que lo custodiaba desde el otro
vehículo.
Pero algo no figuraba en el libreto: los dos inesperados
acompañantes del empresario. Quien estaba con él en el asiento trasero era su
hermano Juan (que, como gerente del grupo, solía ir a dicho edificio en un
Chevrolet 400). Pero del que estaba al lado del chofer –un tipo cuarentón, de
porte atlético y cabello raleado– se ignoraba hasta el nombre. ¿Tal vez un
guardaespaldas?
Galimberti volvió a mirar su reloj; ya eran las 8:22.
A 200 metros de su posición, una falsa cuadrilla municipal
colocaba un semáforo portátil en Libertador y San Lorenzo. También había un
policía no menos apócrifo. Fue él quien vio aproximarse el Peugeot a gran
velocidad.
Diez cuadras antes había rebasado a los Falcon para pasar
por allí con un minuto de ventaja. Era la señal de que el plan se cumplía.
Entonces, la cuadrilla cortó Libertador con unas vallas,
desviando así el tránsito hacia la derecha, por San Lorenzo. Era para guiar a
los Falcon al sitio de la emboscada, en Elflein y Acassuso.
Ambos vehículos tomaron por ese camino.
Galimberti vio que ya eran casi las 8:24.
Fue justo cuando el primer Falcon se asomó en esa esquina
De pronto, Miguel soltó el pie del embriague, y apuntó la
camioneta bien al medio del auto celeste. Sus neumáticos chirriaron al tomar
velocidad. La violenta embestida tiró al Falcon a la vereda. Los tres atacantes
ya habían saltado de la cabina cuando vieron al chofer Pérez estirar una mano
hacia la guantera; allí había un arma. Quizás en aquella fracción de segundo
también hayan visto al misterioso tercer pasajero. Y reventaron el parabrisas a
balazos.
El otro Falcon fue chocado en simultáneo por la camioneta
Dodge. Los dos custodios no se resistieron. Y se los redujo.
En tanto, los Born fueron sacados del auto. Juan salió
corriendo pero lo atajaron a los pocos metros. En la caja de la Ford F-100 ya
lo aguardaba Jorge, envuelto en una lona.
Ese vehículo cruzó la barrera por la calle Roma, hacia la
provincia. Los otros guerrilleros se replegaron con rapidez en diferentes
direcciones.
Lentamente, los vecinos empezaron a asomar las narices.
Los dos custodios, atados sobre la vereda, pedían auxilio.
Pérez quedó muerto sobre el manubrio. Su acompañante pudo salir del auto,
caminó unos pasos, y se desplomó sin vida sobre la vereda.
Aquella tarde, Julieta estaba con “Cali”, conocida hoy
presidenta del PRO, en un departamento de la Avenida del Tejar. Y al llegar su
novio, respiró, todo había salido como estaba planeado o casi.
Galimberti lucía feliz, y arrojó un ejemplar del diario
Crónica sobre la mesa.
En su segunda página se develaba el enigma del hombre que
murió con el chofer: era un alto directivo de Molinos Río de la Plata, la nave
insignia del holding. La fatalidad quiso que aquella mañana desayunara con los
Born en la residencia de Béccar.
A Cali le bastó mirar su foto para quedar lívida; entonces,
exclamó:
– ¡Mataron al tío Alberto!
En realidad, se trataba de su tío segundo. Porque Alberto
Luis Cayetano Bosch Luro, de 40 años, era el hijo menor de doña Celia María
Luro Sahores, prima de su abuelo materno, Juan Carlos Luro Livingston. Vueltas
de la vida.
Juan Born fue liberado en marzo de 1975. Y Jorge, el 20 de
junio. Por sus vidas se pagó 60 millones de dólares, un record mundial en la
materia.
El 3 de marzo de 1977, Patricia Bullrich y su compañero
Marcelo “Pancho” Langieri se exiliaron. Pero su historia militante no terminaba
allí. Patricia continuó como cuadro orgánico de Montoneros en el exterior hasta
febrero de 1979 cuando Galimberti comandó una nueva ruptura en Montoneros,
llevando con el, a Julieta y Patricia.
A diferencia de su relato actual (donde reivindica cierto
paso por “la JP”), donde niega cualquier vínculo con Montoneros, está claro que
Bullrich no fue una “perejil” sino que fue un cuadro de la organización que
participó conscientemente de esa etapa de la violencia armada.
¿ Será esta parte de la verdadera “memoria real” de la que
tanto habla hoy Patricia Bullrich ?
Minuto Parana
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