Petaco Barrientos, un hombre violento, vinculado al fútbol y a la política


En el libro Los hijos del narco (2015) se realiza una radiografía certera de Gustavo “Petaco” Barrientos, además de sus vínculos y redes tanto del mundo narco criminal como de la política entrerriana.

A continuación, se ofrece el Capítulo VIII del libro de Daniel Enz, titulado El barrabrava, donde se revelan datos que demuestran sus vínculos en las últimas décadas.

En el barrio hay quienes lo odian por su violencia y por sus manejos con los pibes, en el negocio de la droga. Pero hay quienes también lo aman. En especial las mujeres más humildes que viven entre el Municipal e Hijos de María de Paraná, donde reside mucha gente pobre, que apenas llega a fin de mes y sobreviven con las changas. Esas madres no dudan en ir a golpearle la puerta y decirles que su hija va a cumplir 15 años y que no tienen un peso.

Petaco, cada semana y en silencio, tenía que pagarle la fiesta de cumpleaños o comprarle el regalo soñado a aquél pibe cuyos padres nunca pueden juntar la moneda para tener ese gesto. Los más allegados a Barrientos cuentan que siempre tuvo esa conducta, consecuencia quizás de haber visto películas, documentales o algún que otro libro sobre la vida de Pablo Escobar. El líder colombiano del narcotráfico era querido y adorado en muchos barrios de Medellín, donde hizo construir más de doscientas viviendas para ciudadanos que antes vivían en Moravia, el mayor basurero de la ciudad. En esos barrios, el jefe del cartel construyó y entregó a la comunidad más de cincuenta campos de fútbol, pagó la escolarización de niños, costeó de su bolsillo los regalos de Navidad y organizó fiestas para toda la comunidad.

Salvando las distancias, algo de esto último hizo Barrientos, además de aportar dinero para el desarrollo de algunos templos religiosos de la zona.

Las cosas cambiaron desde fines de 2012, cuando Gustavo Petaco Barrientos fue llevado preso, acusado de un doble homicidio cometido a Matías Giménez y Maximiliano Godoy. Esa noche del 9 de noviembre estaba nublado y a veces lloviznaba. Matías y Maximiliano habían decidido ver, en el playón de estacionamiento del barrio, si podían solucionar el desperfecto mecánico del auto, que no había forma de ponerlo en marcha. Maximiliano quedó junto al capot y Matías dentro del vehículo, tratando de hacerlo arrancar.

Casi ninguno de ellos se percató de la rápida llegada de una moto, con dos ocupantes. Reaccionaron cuando el sentado en la parte posterior sacó una pistola 9 milímetros y efectuó más de 10 disparos, a no más de dos metros de distancia. Maximiliano quedó tendido boca abajo, en medio de un charco de sangre. Matías salió corriendo hasta su vivienda y recibió varios disparos en su espalda y en los glúteos, en ese trayecto de 50 metros.

La moto con los dos individuos se detuvo de golpe y le costó unos segundos hacerla arrancar. Cuando terminó de salir del playón, uno de los vecinos de la zona comenzó a efectuarle disparos desde la puerta de su casa y como respuesta los de la moto le efectuaron otros.

Ninguno de los dos se sacó el casco que tenían. El de la parte trasera, el ejecutor de todos los disparos, recién lo hizo varias cuadras después del playón.

La madre de Matías, Liliana Vega, estaba preparando el agua para el mate, vio llegar a su hijo y parte de la escena de la ejecución de los ocupantes de la moto, porque apenas escuchó los tiros fue rápidamente hasta la ventana, que daba al playón.

Matías llegó casi arrastrándose, alcanzó a abrir la puerta y se desplomó.

-Qué pasó Matías, quién te hizo esto? ¿quién? –preguntó desesperada la madre, mientras observaba cómo su hijo se iba desangrando.

-Petaco, mamá, fue Petaco…

De golpe, en la pequeña vivienda todo se transformó en un caos. La hija del joven salió de la pieza y gritaba desesperadamente pidiendo por el padre. «Decile que la amo, mamá; que la amo…», balbuceaba, mientras pedía agua y alcohol. «Me falta el aire», repetía y le pedía que no le soltara la mano. «No te vayas, mamá; no me dejes», insistía.

Ignacio Giménez, hermano del herido, llegó rápidamente cuando su madre le avisó del hecho. Estaba a escasas cuadras, en una cancha de Fútbol5. Había escuchado los disparos, pero creía que eran los cohetes que ya por esa fecha estaban empezando a encender algunos vecinos.

Ingresó raudamente a su casa y se encontró con el cuadro, donde todos lloraban desesperadamente y reclamaban sin mucha suerte la ambulancia, que llegó media hora después. El muchacho sabía algo de primeros auxilios. «Tranquilo Mati, tranquilo», le dijo a su hermano y le tomó de la mano, mientras que su vez le colocó varias toallas en las heridas. «Quedate tranquilo; tenés que pelear por tu hija», le insistió.

-Y Maxi dónde está? –preguntó.

-Está tirado junto al auto, creo que mal, porque fue el que más tiros recibió en la espalda…

Ignacio salió corriendo hasta ese sector del playón y vio que Maximiliano estaba boca abajo y rodeado de gente. Le pidió permiso a un policía que ya estaba allí y el uniformado fue contundente: «No, ya está; ese pibe ya está muerto». Pero no era así; estaba inconsciente por la sangre que había perdido y antes de desvanecerse le dijo a una de las personas que se acercó: «Decile a mi novia que la amo».

Ignacio Giménez volvió hasta su casa, al notar la llegada de la ambulancia y le ayudó a los camilleros. Es más: se subió junto a su hermano para acompañarlo hasta el hospital San Martín, ubicado a unas 30 cuadras del barrio. Lo primero que hizo Matías fue preguntarle por el estado de Maxi. «Va a estar bien, cabezón; va a estar bien», le respondió. «Vos ahora tenés que pelear por vos, por tu hija, por nosotros. No nos podés abandonar», le acotó luego, tratando de darle aliento.

También le preguntó quién había sido el autor de los disparos. «Fue Petaco», le dijo, sin dudarlo.

-Había alguien más? –insistió.

-Sí, también estaban Freddy y uno de los Berón.

Llegaron en la moto Tornado y en un Bora.

Lo último que su hermano escuchó de Matías fue el pedido que le hizo a los enfermeros cuando entró al nosocomio. «Por favor, quiero vivir; tengo una hija muy pequeña que me necesita. No me dejen ir», decía, con lágrimas en los ojos, mientras a la vez se quejaba que le dolía el estómago.

Giménez, de 31 años, murió a las 2.40 de la madrugada del 10 de noviembre. O sea, cinco horas después de ingresado al hospital. Maximiliano (22), que aparecía como el más grave, falleció el 30 de noviembre, en horas de la tarde. Al parecer, los dos muchachones tenían una vinculación con Petaco en el negocio de la droga y habían sostenido una discusión por dinero adeudado.

Un tiempo antes, Matías había tenido algunos encontronazos con Barrientos y su gente. Primero fue en la tribuna de Patronato, cuando se agarró a las trompadas con cerca de 8 hinchas del Petaco. Lo único que pidió fue que le llevaran la nena a su casa, porque iba a seguir peleando contra ellos. Después fue en un boliche bailable de Paraná, respecto de la novia del muchacho. En realidad, el primer cortocircuito fue con un allegado a Petaco. Pero apenas el jefe vio la situación se acercó y apretó. «Mirá nena, yo soy el jefe de la barra brava del principal equipo de fútbol de Paraná, soy millonario y si quiero te hago desaparecer a vos y a toda tu familia», le dijo. Matías se asustó cuando vio que en cuestión de segundos, 20 allegados al líder de la barrabrava lo rodearon para apretarlo si era necesario.

Pero fue la joven la que se puso firme, pidió permiso y se retiró junto a Giménez.

Barrientos fue detenido en su casa del Barrio Municipal el domingo 11, en horas de la mañana, por orden del juez de Instrucción Héctor Vilarrodona y fue derivado a la Alcaldía de Tribunales. «Yo soy inocente; no tengo nada que ver. Esa noche estaba en mi casa, con mi mujer, atendiendo la despensa y todos los vecinos me vieron», repetía Petaco, quien no sólo no ocultaba su bronca por la detención, sino también porque esa tarde, el primer equipo de Patronato recibía a Nueva Chicago por el torneo del Nacional B y no iba a poder estar en la cancha, en su rol de jefe de la Barra Fuerte del equipo paranaense.

Volvió a la cárcel, igual que en el 2008, cuando lo capturaron tres años después del intento de robo al local de Red Megatone, en avenida Almafuerte, donde terminó tiroteándose con dos policías, cuando comenzaron a perseguirlo. A poco de fugarse se escondió en el conurbano bonaerense y se metió en el negocio del fútbol. Aunque sin mostrarse demasiado, estuvo cerca de varios jugadores e incluso logró cierta amistad con la familia de Enrique Bochini, recordada gloria de Independiente. A poco de ser capturado, la Sala Segunda de la Cámara del Crimen de Paraná lo condenó a 7 años de prisión. Al tiempo, cuando empezó a tener salida sociofamiliar, fue baleado en la puerta de su casa y tuvo que ser internado de urgencia en un sanatorio de Paraná, donde permaneció grave por varios días.

Pero esta vez, la situación era diferente. Barrientos no era el de 2008, sino el jefe de la barra brava de Patronato y el mandamás de los barrios Municipal e Hijos de María. La reacción y presión sobre la justicia entrerriana no se hizo esperar. La mañana siguiente de la detención de Petaco, por el crimen de Giménez y Godoy, un grupo de casi 100 personas, con banderas y pancartas de Patronato, como así también bombos y redoblantes, llegó hasta la misma puerta de Tribunales para exigir la libertad del líder de la barra. Llegaron hinchas del equipo paranaense, como así también algunos integrantes de la barra brava de Colón de Santa Fe, con la cual Barrientos tiene una fuerte relación, incluso más allá de lo deportivo. La situación se repitió durante varios días, en horas de la mañana y ello generó una tensa situación en el edificio tribunalicio, porque resultaba muy difícil trabajar con tanto bullicio externo.

Los llamados a la Casa de Gobierno se repitieron también en esos días, para que dieran alguna orden urgente y que se retiren de las adyacencias del Poder Judicial. El planteo concreto fue por la vinculación de varios hombres del gobierno entrerriano con Patronato y con la barra liderada por Petaco Barrientos. No fue casual que, apenas ascendido al Nacional «B», apareciera en la tribuna de la barra fuerte, comandada por Barrientos, una inmensa bandera rojinegra donde decía Gracias Urri, en referencia al mandatario provincial. Hay quienes sostienen que eso le cuesta un buen dinero mensual al gobierno entrerriano.

No sólo el gobernador Sergio Urribarri fue clave en el apoyo económico del Estado al equipo paranaense, tanto en su ascenso al Argentino «A» y en especial al Nacional «B». Junto a su hijo Mauro -que primero fue funcionario de la Embajada Argentina en Uruguay y luego pasó a desempeñarse como secretario del Senado provincial y con el apoyo del empresario futbolístico y artístico, Daniel Comba, trajeron jugadores y técnicos al equipo.

A poco de ascender al Nacional «B», Comba convocó a Ricardo Zielinski como DT -ex jugador y técnico de Chacarita, entre otros lauros- y años después los hijos de Urribarri fueron clave para el desembarco de Diego Osella, quien estaba en Colón de Santa Fe.

Dueño del pase de varios futbolistas argentinos, hombre de la noche y empresario del teatro de revistas, Comba tiene una fluida relación con el gobernador Urribarri, que viene de hace varios años, a partir de los negocios del fútbol, la gran pasión del mandatario entrerriano. Ese lugar de poder le dio privilegios a Comba: invirtió sumas de dinero en la ciudad de Colón, en el 2013 -donde se asoció con allegados al grupo Flecha Bus y a la constructora Pietroboni para armar un coqueto teatro-, pero también desembarcó en varias localidades con la apoyatura del gobierno entrerriano para presentar obras de teatro revisteril.

A través de Comba, Mauro Urribarri -que en la década del ’90 tuviera un paso por las inferiores de Unión de Santa Fe, junto a su hermano Bruno, que luego fuera a Boca Juniors, Argentinos Juniors, Colón y River, entre otros equipos- aparece como el gerenciador del fútbol de Patronato, asistiendo a José Alberto Gómez, presidente del club y titular del área de la Región Centro del gobierno. Es el encargado de conseguir el dinero que falta cobrar del gobierno para pagar los sueldos de los jugadores (ya que el Estado provincial es el principal sponsor y constituye casi el 80 por ciento de los ingresos publicitarios), como así también de los técnicos y asistentes de las inferiores que compiten en el torneo de la Asociación del Fútbol Argentino. Su padre, el gobernador, apostó fuerte a Patronato -pese a que es oriundo de Concordia e incluso llegó a ser presidente de la Liga de Fútbol de dicha ciudad, cuando era jefe del bloque de diputados provinciales del PJ, en la segunda administración de Jorge Busti y luego, con Sergio Montiel, entre 1999 y 2003- en el entendimiento de que el posicionamiento nacional del equipo le daría un buen rédito político. La jugada no le terminó de salir bien en el 2014, cuando soñaba con el ascenso a la Primera «A» de Patronato e incluso fue uno de los inventores de ese torneo en que ascendieron 10 equipos del Nacional «B» a la categoría superior. Lo terminó de convencer al fallecido Julio Grondona en el 2013 y lo puso en marcha.

 

Hasta se comprometió ante el padrino del fútbol argentino, que ya tenía todo acordado en Paraná para construir un megaestadio, con una inversión de más de 1000 millones de pesos y con el apoyo del ministro de Planificación, Julio De Vido, sin dudas uno de los mejores amigos de Urribarri en el gobierno nacional. El anuncio se hizo con bombos y platillos en el teatro municipal 3 de Febrero, a sala llena, cubierta por funcionarios provinciales y municipales y con un video incluido, que mostraba la maqueta que proyectaba el estadio, pero dos años después tuvo que desestimar la idea.

 

Urribarri creía que si Patronato llegaba a la «A», era un elemento importante para estar más cerca de ser candidato presidencial del kirchnerismo en el 2015. Pero Patronato no pudo conseguir ese ascenso y tuvo que seguir luchando para lograrlo.

 

Mauro Urribarri siempre fue un joven de estrecha relación con Barrientos, antes y durante su detención, según las escuchas telefónicas que le hicieron al líder de la barra, lo que fue seguido muy de cerca en ámbitos policiales, como así también en la justicia. Al hijo del gobernador le habían asignado cierto control y asistencia a la barra fuerte y por ello era el contacto con el líder tribunero.

 

En esferas del gobierno prácticamente le ordenaron a Mauro Urribarri que en forma urgente dejara de comunicarse con Barrientos, porque iba a quedar pegado y complicado con otras cuestiones, como las causas por droga. Las escuchas se guardaron bajo siete llaves en Inteligencia Criminal de la Policía de Entre Ríos, como así también en la justicia, donde no pocos conocían perfectamente su contenido y en especial los aprietes de Petaco, tanto al hijo del gobernador, como así también a otros altos funcionarios que aparecían en las grabaciones telefónicas. Para muchos era mejor tenerlo a Barrientos preso que en libertad, porque les bajaba el estrés diario que debían soportar antes y después de cada partido. No obstante, no pocos también usaban ese poder sobre la barra. Muchas veces sorprendían los cánticos duros contra los técnicos del primer equipo o algunos carteles agraviantes, como factor de presión para luego exigirles las renuncias ante la falta de resultados positivos.

 

El jefe barrabrava tuvo como abogado, en primera instancia, a Alberto Roger Salvatelli, quien venía siendo el defensor de Roberto Alfredo Cicchitti, pedido desde España por falsificación de documentos y una causa por narcotráfico. A su vez, era el letrado del predicador evangélico, José Zapata, detenido en el abril de 2012, cuando le encontraron en su vivienda de barrio Hijos de María -una zona manejada por Petaco Barrientos- un total de 15 kilogramos de cocaína y numerosas armas.

 

Ese día del allanamiento, Barrientos no estaba en Paraná, sino en Mendoza, hasta donde viajó a la cabeza de la barra de Patronato, para alentar al rojinegro en el encuentro con Independiente Rivadavia.

 

La casa del ex pastor -donde también vive su mujer e hijos adolescentes- era un arsenal: diez armas de fuego, tres de ellas de guerra. Pistolas diversas y una ametralladora con silenciador. Había un Fal (fusil automático liviano) y más de 600 municiones. El pastor no se metía con nadie en el barrio; y siempre estaba apañado por la gente. Una de las armas de fuego la hallaron debajo de la cuna del bebé. Los cálculos indicaron que por ese allanamiento, el negocio perdió cerca de un millón de pesos.

 

«Muchachos, no tengo nada que ver con esto», alcanzó a balbucear el religioso en el operativo, que se extendió por varias horas, buscando una explicación.

 

Pero nunca dijo a quién le pertenecía. Los investigadores no dudaron de quién era todo. Los vecinos tampoco.

 

-Y por qué no lo podés nombrar? –insistieron.

 

-Porque no. En todo caso, es un problema de ustedes.

 

La noche siguiente del allanamiento al pastor, en calle Quinquela Martin y Andrés Longo hubo una balacera que causó cierta alarma. Fue a unos 300 metros de la casa del evangelista. En esa zona hay una ex planta potabilizadora del barrio Lomas del Mirador II que está en ruinas y es un descampado. Uno de los policías de la Comisaría llegó con el patrullero, hizo unos tiros intimidatorios con una escopeta y postas de goma y le respondieron con tiros de ametralladora. El oficial pidió apoyo policial para tratar de determinar de dónde provenía, pero nunca se supo ni encontró a nadie.

 

En la casa de Barrientos había una total quietud ese día del desembarco policial al pastor. Es una vivienda que se destaca de las otras. Además, cuenta con tres cámaras en el frente, como para no perderse detalles de los movimientos a su alrededor. De igual manera, no pocos policías en patrulleros, tienen códigos con Barrientos y suelen tener sus reconocimientos monetarios cuando es necesario. Muchas veces, cuando alguno de los policías se enteraba que iba a producirse un allanamiento en la casa de Petaco o en alguno de sus lugartenientes, un patrullero pasaba horas antes y se quedaba delante de la vivienda marcada, con el auto en punto muerto y acelerando el motor. Ese era el aviso.

 

En el barrio sorprendieron algunas cosas. Uno de los jefes policiales del allanamiento al pastor supo tener relación con el jefe narco; ambos estuvieron por mucho tiempo vinculados a Patronato. Ese alto oficial, en un episodio de un año antes, lo llamó porque habían robado una moto, se sabía que estaba en ese barrio y había que hacerla aparecer. El narco se la hizo devolver a los 30 minutos del llamado.

 

Cuando la justicia lo interrogó, el pastor dijo que una banda narco lo había amenazado de muerte para que aceptara tal tarea -aunque nunca reveló de quién o quiénes se trataba- y aceptó una condena en prisión de 4 años y medio. Aceptó en silencio tal sentencia a cambio de una suma importante de dinero, pagada por el líder de la banda.

 

«Hay una cacería contra mi defendido», dijo Salvatelli - el mismo letrado del predicador-, apenas asumió la defensa de Barrientos. A las pocas semanas se le sumó el experimentado abogado penalista Marciano Martínez, reconocido dirigente desarrollista y ex ministro de Gobierno del brigadier Ricardo Favre, en la gestión militar denominada Revolución Argentina, iniciada en 1966 con el general Juan Carlos Onganía, tras el golpe de Estado a Arturo Umberto Illia. Los dos abogados -junto a otros letrados paranaenses, que apoyaron a sus colegas a través de un documento que se hizo público- entraron en un duro enfrentamiento con el procurador general del Superior Tribunal de Justicia, Jorge Amílcar García, quien le cuestionó, en especial a Salvatelli, que había logrado que un testigo cambiara su testimonio ante un escribano público, para dejar de imputarlo a Barrientos. Y dio a entender que algunos letrados quedaban siempre al límite del delito, cuando diagramaban sus respectivas defensas.

 

A partir de enero de 2015, Marcos Rodríguez Allende, abogado penalista, especialmente dedicado a la defensa de narcotraficantes y titular del Ente Provincial Regulador de Energía (EPRE), se hizo cargo de la defensa de Petaco, quien después de deambular por la cárcel de Paraná y la de máxima seguridad de Gualeguaychú, terminó en Gualeguay, en la misma celda especial que tuvo hasta cumplir la pena, el abogado de Nogoyá, Walter Martínez.

 

O sea, el mismo que se apropiara de casi 20 millones de dólares de la herencia de más de 50 millones de dólares del hacendado José Alberto Reggiardo, tras fraguar documentación y presentar una heredera falsa. Barrientos está solo en ese lugar. Tiene baño, televisión, un patio interno y se sigue manejando con celular. A mediados de 2014 se preocupó cuando la justicia detuvo a su mujer Verónica Martínez, quien junto a su cuñado y varias personas más, fueron imputados por conformar una organización delictiva. Entre ellos, aparecía además Hugo Ceola, su segundo en la barra de Patronato y quien quedó a cargo del grupo. La causa se inició con decenas de escuchas de conversaciones telefónicas de los sospechosos y hubo numerosos allanamientos en distintos barrios de Paraná, tras los cuales quedaron detenidos Martínez, Rubén Nene Barrientos -hermano de Petaco y ex defensor de Atlético Paraná- y Ceola, entre otros. Los abogados Rodríguez Allende (de la mujer de Barrientos) y Guillermo Vartorelli, al igual que Miguel Cullen, lograron la excarcelación de los imputados. No obstante, Verónica Martínez tiene sólo prisión domiciliaria.


En los barrios Municipal e Hijos de María se tuvieron que acostumbrar a la ausencia de Petaco, pero en realidad todo sigue igual, porque el hombre fuerte del lugar sigue manejando las cosas desde la cárcel. En esa zona, a no más de 40 cuadras de la Plaza de Mayo, el lugar más céntrico de la capital entrerriana, la mayoría de la gente es empleada o changarín, de los que viven el día a día.

 

Todos se conocen, se cruzan diariamente, van a la misma escuela o alguna vez se encuentran en el club. Nadie desconoce a quién intenta llevar un mango para la familia, laburando 10 o 15 horas diarias, pero si es necesario, algún día le entrarán a robar a su humilde casa, le sacarán el celular a la mujer o la cartera a la chica.

 

Los que roban son siempre los mismos. Ninguno trabaja, pero viven del negocio de la droga. Siempre están armados hasta los dientes, generalmente con armas semiautomáticas de puño, aunque se sabe que poseen algún que otro Fal, en el arsenal que disponen, por lo cual no tienen por qué envidiarle el poder de fuego que pueden disponer grupos mexicanos, brasileños o colombianos.

 

Son extremadamente peligrosos y audaces. Son parte del Ejército de uno de los principales jefes de la cocaína en Entre Ríos, quien hasta fines del 2010 estuvo preso, pero recuperó la libertad y se reinsertó en el esquema del narcotráfico. Petaco Barrientos no nació en Paraná, sino en Chajarí, el 27 de diciembre de 1976, pero vive hace ya varios años en esa misma zona de la ciudad.

 

Maneja un Ejército de unos 50 jóvenes en el barrio (cuyas edades oscilan entre los 14 y 20 años); dispone de varios automóviles y un sofisticado armamento.

 

Las cosas se resuelven a los tiros en el barrio, en el que no existen los dirigentes políticos (salvo algún que otro puntero del PJ), no viven concejales, ni legisladores, ni funcionarios, ni abogados, ni gente de la justicia. Hay aprietes, tiroteos, mejicaneadas, baleados y están dispuestos a matar si es necesario.

 

Alguna vez hubo un recordado enfrentamiento con un conocido narco de apellido Halles (hermano de un recordado canillita asesinado) y el grado de violencia llegó a niveles dramáticos. Todo terminó cuando Halles ultimó a su mujer en plena vía pública y luego se suicidó por motivos pasionales. La muerte del hombre permitió la expansión del negocio del narcotráfico y el poder en menos manos. Incluso, se contaba con el apoyo de tres asesinos a sueldo, oriundos de Santa Fe, quienes poco después fueran abatidos en distintos hechos, siempre relacionados al narcotráfico.

 

Uno de los lugartenientes del jefe narco –también relacionado a Patronato- se tuvo que ir del barrio a fines del 2010, supuestamente a Rosario, después que lo tirotearon, acusado de haber intentado quedarse con el negocio que no le pertenecía. La advertencia tuvo nombre y apellido, pero no hubo justicia. Desde ese día, cada tanto le tirotean la casa a la madre. «Por lo menos una vez al mes pasan y le tiran 7 o 10 disparos con armas de 38 o 9 mm», indica un vecino. La mujer hizo no menos de cuatro denuncias en la Comisaría 12. La última vez que le tirotearon la casa -sita en calle Churruarín también respondieron desde el lugar; incluso, ingresaron los proyectiles. Algo parecido le sucedió a un puntero barrial, por lo menos en cuatro oportunidades.

 

Un agente del Servicio Penitenciario de Entre Ríos que vive en la zona tiene también relación con el esquema del narcotráfico. Incluso manejaba un Renault 21 que le prestó la organización y vendía droga en la cárcel. El agente se tiroteaba con una familia ubicada frente a su casa, por lo cual hubo que poner una guardia policial. En una oportunidad llegó a haber un herido y hasta se le secuestró una pistola 9 mm al penitenciario, por lo cual se le inició un sumario. Los vecinos lindantes optaron por irse del barrio; las casas fueron usurpadas por una de las familias del tiroteo.

 

-Acá es tierra de nadie y a los policías no les alcanza la estructura que tienen. Y a nadie le interesa; ni a la clase política, ni a los funcionarios, ni a los jueces –dijo un vecino consultado.

 

El panorama es preocupante. Todo el tiempo existen los robos a la propiedad o arrebatos, por lo cual siempre hay detenidos. Los autores con menores y también mayores; generalmente son los mismos. Roban celulares, carteras, garrafas. También le apuntaron a las casas en construcción, donde robaron herramientas.

 

En la zona está la escuela «Jesús, el maestro», que es privada (Crespo y Hoffman) y la Lomas del Mirador I, donde concurren la mayoría de los chicos allegados del barrio y casi todos los punteros del jefe narco. Esa escuela tiene un puesto policial durante las 24 horas, porque intentaron robarse las neetboks y fueron detenidos por personal de la 12. Eran dos menores y dos mayores, todos residentes a media cuadra de la escuela. La Comisaría 12 tiene un solo móvil y son no más de 6 policías por guardia, entre oficiales y suboficiales. Los destinados allí son cerca de 20. «Nosotros podemos mirar, observar algunas cosas que pasan y tratar de estar lo más atentos posibles todo el tiempo. Pero no somos nada; estamos expuestos a un balazo y a que nos pasen por arriba alguna madrugada, porque disponen de más estructura y armamento que nosotros», indicó un avezado policía, con años en la dependencia.

 

Barrientos espera volver a su barrio en un tiempo no muy lejano. Seguir siendo el jefe del narcotráfico de la zona y disfrutar de su ejército de soldaditos y lugartenientes –algunos de los cuales cuentan con un patrimonio que nunca podrían justificar, con inversiones en Paraná o en Federación, por ejemplo- con los cuales maneja su estructura de la droga, pero también aprieta, amenaza, hace buenos negocios, coimea y mantiene en vilo a varios de los referentes del poder político del oficialismo, que no saben muy bien cómo controlar lo que alguna vez inventaron.

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