Calera de Barquín: viaje en el tiempo entre palmeras, muy cerca de Colón
La turística ciudad de Colón tiene, sin dudas, en el Parque
Nacional El Palmar a uno de sus principales atractivos. A menos de una hora de
viaje en auto, esta gigante reserva natural, única en el mundo, resguardo de
especies emblemáticas, también recibe a los viajeros con las ruinas de un
pasado reciente con rasgos jesuitas, coloniales, que aún no ha sido
completamente descifrado: la “Calera de Barquín”.
Se trata de un conjunto de edificios de piedras a orillas
del Río Uruguay, que supo ser yacimiento de calizas y representa uno de los más
antiguos establecimientos coloniales entrerrianos. Su historia se empezó a
conocer oficialmente a partir de su descubrimiento, cuando medio siglo atrás se
proyectaba la creación del Parque Nacional El Palmar.
Con pasado de calera y de curtiembre, su origen preciso es
desconocido y empezó a descubrirse a partir de un trabajo historiográfico que
aún no concluye y que combate, no solamente la asistematicidad de su registro y
las versiones encontradas que le mencionan, sino también la erosión propia del
paso del tiempo para una construcción que, con cada lluvia subtropical o las
crecientes del “Río de los Pájaros Pintados”, ve derruirse parte de su
material.
De veinte años a esta parte, el reconocimiento patrimonial de
esta construcción ha logrado que trabajos de cuidado y preservación, le
resguarden de la erosión propia de los miles de visitantes que llegan cada año
al Parque Nacional. Más, saben los especialistas que un trabajo que fuertemente
le otorgue protección frente a tantos elementos que lo ponen en riesgo,
requeriría una millonaria inversión.
Ruinas que albergan siglos de historias
Se cree que la posteriormente conocida como “Calera de
Barquín” data de antes del año 1700 y que no fue levantada de una sola vez,
sino que tuvo por lo menos cuatro etapas de construcción en la época colonial,
previo a la Revolución de Mayo. Entre los siglos XVII y XVIII, habría existido
en ella una superposición de usos.
Por un lado, el Colegio Jesuítico de Santa Fe, poseedor de
una extensísima franja territorial ubicada transversalmente entre el Río Paraná
y el Uruguay, le utilizaba como curtiembre para pelar cuero de vaca y también,
en menor medida, como calera, para adquirir materiales para la construcción.
Otro de los usos que se habría superpuesto en aquellos años,
era el que hacía del puerto el Cabildo Indígena de Yapeyú, a partir de un
permiso otorgado por el Rey de España. Desde unas 35 estancias que tenía en el
norte de la hoy vecina República Oriental del Uruguay, se trasladaba por el
río, yerba, tabaco y azúcar de las misiones guaraníes hasta Buenos Aires.
A mediados del siglo XVIII, las monarquías católicas
europeas expulsaron a los jesuitas de sus tierras, provocando la posterior
supresión de la llamada “Compañía de Jesús”. Es en principio en 1768 cuando el
Rey dispone su expulsión de la calera del palmar, la que es posteriormente
ocupada por Manuel Barquín, designado por el gobierno colonial como veedor y
custodio de la zona ante la proliferación del contrabando. Barquín se
desenvuelve también como comerciante y compra a las Juntas de Temporalidades
los derechos en un remate público.
Las informaciones rescatadas por historiadores dan cuenta de
que entre 1775 y 1810, Barquín hizo uso de la calera y mantuvo una relación
conflictiva con los guaraníes, que participó del Cabildo Abierto de Buenos
Aires en el revolucionado de Mayo de 1810, manifestándose en favor de la Corona
Española, y a partir de ahí, no existen más rastros de él. Su esposa y cuatro
hijas heredaron la calera.
Las continuas guerras que sucedieron a este período,
llevaron a que se interrumpiera toda la actividad productiva en el lugar. El
patriota oriental José Gervasio Artigas lo ocupó entre 1811 y 1819. Años más
tarde, una heredera de Barquín la recuperó y la puso a disposición de la
empresa británica River Plate Agricultural Association, que se instaló por poco
tiempo con 50 colonos británicos abocados al cultivo del trigo. Posteriormente,
lo hizo la sociedad Arcos, Bilbao y Bragge, con el cultivo de la palmera yatay.
Años más tarde, Justo José de Urquiza le compró la calera a uno de los
sucesores de Barquín, para utilizar el suelo en la cría de ganado, el comercio
de cueros y el almacenamiento de vinos europeos. Tras su asesinato, fue ocupada
por Ricardo López Jordán y durante la llamada Rebelión Jordanista, allí se
produjo precisamente un combate al que se llamó precisamente “Calera de
Barquín”.
Ya entrado el siglo XX, se utilizaba el sector como zona de
pastoreo de ovejas y para la extracción de canto rodado y ripio, que se
transportaba en barcos desde el mismo embarcadero. Estas actividades se
sostuvieron hasta 1966, cuando dieron inicio las gestiones para la creación del
Parque Nacional El Palmar, en un intento por resguardar la invaluable riqueza
de palmeras yatay: especie prehistórica, predominante y característica del
lugar, reconocida como una de las formaciones vegetales más antiguas del
planeta.
Una historia en construcción
En los trámites y búsquedas de antecedentes para la creación
del Parque Nacional no figura la calera: sus ruinas no están mencionadas ni
como bienes patrimoniales ni en el acta de transferencia de dominio de las
tierras.
Recién se las empieza a considerar cuando, en el trabajo de
reconocimiento del lugar, primeros indicios generan interrogantes que vienen
respondiendo investigaciones durante décadas, a partir de un minucioso
enhebrado de detalles y registros.
El origen jesuítico de la construcción no está mencionado en
registros propios de la “Compañía de Jesús”, más sí en inventarios de Yapeyú
que hablan de la calera y del puerto. Además, análisis de la arquitectura del
lugar permitieron relacionarla directamente con las construcciones típicas
jesuíticas, realizadas con mano de obra indígena en el resto del continente.
Es a fines de los años 70 cuando empieza la investigación
más fina acerca del origen de estas ruinas, con el descubrimiento que el
antropólogo Jorge Fernández da a conocer en algunos artículos de investigación.
En 1992 se abre oficialmente un expediente, que se sigue actualizando, mientras
el paso del tiempo las ha consignado como uno de los principales recursos del
Parque Nacional El Palmar.
El patrimonio que resiste al olvido
Las ruinas de la Calera de Barquín se encuentran próximas a
la intendencia del Parque Nacional y a unos 600 metros al sur del camping, a
orillas del Río Uruguay. Los visitantes pueden acceder, caminando a través de un
soñado sendero entre selva de galería y bosque seco; o también en auto, por un
camino de dos kilómetros y medio. Frente a las ruinas, se encuentra el
balneario del Parque Nacional y el siempre imponente y brillante Río Uruguay.
De la calera sobreviven dos hornos, que eran utilizados para
la elaboración de cal viva, un embarcadero, tres edificios y un cementerio.
Todos construidos con argamasa de cal, barro y arena, los edificios tienen
aproximadamente unos cuatro metros de altura y denotan haber sido reforzados y
modificados en sucesivas ocasiones, a lo largo de la historia.
Desde los 90, se viene trabajando en el resguardo y la
correcta señalética del lugar para bien de su conservación y de su exposición a
los visitantes, a través del relato de guías capacitados.
Un cerco perimetral resguarda a las ruinas de la erosión que
genera la exposición al turismo. Sin embargo, las inundaciones y las lluvias
generan un desgaste físico en el lugar, que demandan una importante inversión
en torno de su conservación.
Sin dudas, representan estas ruinas para el viajero, una
oportunidad única de vivenciar un viaje en el tiempo por los últimos y
convulsionados tres siglos y medio de nuestra historia.
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