Soberanía alimentaria: ¿un paso necesario para llegar a un modelo sustentable?
Varios son los que sostienen que los métodos de producción
vigentes son los causantes de la pandemia. Consultados por DEF, dos
especialistas que advierten sobre los desafíos que tendrá que afrontar la
humanidad en el corto, mediano y largo plazo.
Recientemente, el Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto anunció la incorporación de un artículo que asegura el respeto de las
leyes de protección ambiental, los recursos naturales y la bioseguridad al
Memorando de Entendimiento con China. La decisión se toma en medio de la
polémica desatada por el proyecto para la cría de cerdos que se exportarían al
gigante asiático.
Para comprender el contexto y las críticas a esta iniciativa
comercial, vale la pena recordar las palabras del investigador y doctor en
Ciencias Físicas, Pablo Canziani, durante uno de los webinars realizado por
Fundación Criteria. Para el integrante del Panel Intergubernamental de Cambio
Climático, 2020 es un año “no lineal”: “El presente nos demuestra que este
desastre que estamos viviendo responde a lo que venimos haciendo mal”. Al
analizar la destrucción de los ecosistemas como posible causa de la pandemia,
Canziani subrayó el contexto en el que se producen estas acciones, con las que
se observa un desprecio total por los valores ambientales y el trabajo de la
gente de campo.
DEF dialogó con Guillermo Folguera, docente e investigador
adjunto del Conicet, y con Elizabeth Jacobo, docente de la Facultad de
Agronomía de la UBA y doctora en Agroecología, sobre soberanía alimentaria, y
el diagnóstico de ambos nos advierte sobre un futuro aún más disruptivo que el
presente que vivimos.
Tendencias mundiales con consecuencias locales exacerbadas
Para Folguera, existe un escenario general de síntomas y de
causas mezcladas. “Mucho de lo que voy a nombrar es parte de un fenómeno global
que, por ejemplo, Argentina ha expresado con creces”, dice y revela algunos
datos importantes, por ejemplo, que, en los últimos años Argentina deforestó
una superficie comparable a la de la provincia de Entre Ríos y se convirtió en
uno de los países que más lo hicieron, junto con Bolivia y el Congo. “En los
últimos 20 años, una de las provincias que más deforestó fue Chaco. Lo hizo,
incluso, después de implementada la Ley de Bosques, con lo cual se calcula que
el 50 por ciento de la actividad fue ilegal”, detalla y advierte que hay
políticas de Estado que promovieron, por acción o por omisión, este tipo de
actividad. Según el especialista, todo conlleva a una forma de uso de los
territorios que supone modos de producción particulares, ya sea para la
actividad agrícola o ganadera. A ello, se suma también el vaciamiento paulatino
de las poblaciones rurales, que migran, por lo general, a las grandes urbes.
La forma de uso del territorio influye en la cobertura
vegetal, y eso impacta en los balances hídricos, en forma de sequías e
incendios. También existen suelos que perdieron la capacidad de retener agua y
que, cuando llueve, experimentan el efecto tobogán, que redunda en
inundaciones. “Hay un montón de factores que llevan a deterioros ambientales
acelerados que impactan en las condiciones de vida”, detalla el investigador.
En este sentido, Folguera advierte que la intensificación del uso de los suelos
posee un fuerte incentivo químico que afecta las napas de agua, los territorios
y el aire, y promueve la aparición de enfermedades.
Las evidencias muestran que no puede haber salud individual
sin salud colectiva y, a su vez, tampoco puede existir salud colectiva sin
territorios saludables. “Podíamos prever que, en el futuro, iban a ocurrir
cosas del orden de las que nos toca vivir. En lo único que le erramos fue en la
velocidad de los acontecimientos. Siento que les estamos dejando un planeta
espantoso a los más chicos”, sostiene, al que tiempo que también asegura
preocuparse por su presente: “Tengo la sensación de que, desde la gobernanza,
no solo no se están tomando las medidas del caso, sino que no hay una
distinción de cuáles son los problemas y cuáles las soluciones”.
Asimismo, Folguera advierte sobre el potencial zoonótico del
proyecto porcino. Para él, la única forma de salir de este presente que nos
consume es cuestionando la lógica de poder, común a todas las problemáticas, y
proponiendo una nueva. “Hay una estrategia general con características
suicidas. Esto tiene fecha de caducidad. Esta situación pone alertas muy
fuertes. Estamos por chocarnos contra un tempano gigante”, finaliza.
La agroecología, la clave del cambio
Elizabeth Jacobo toma como ejemplo los cambios registrados
en la región pampeana en los últimos 25 años: “A partir de la entrada y
aplicación del modelo de siembra directa, con la soja resistente al glifosato y
el ingreso de actores sociales que reemplazaron a los productores, se
registraron cambios importantísimos”. Tal como detalla Jacobo, antes, la zona
producía granos y carnes en chacras mixtas y, por entonces, las pasturas con
las que se alimentaba a los animales permitían recuperar el suelo de todo el
proceso extractivo. De hecho, hasta existía una autorregulación que hacía
posible que el sistema se mantuviera estable. “Eso cambió y generó algo
complementario a las sequías, que son las inundaciones”, sostiene, al tiempo
que explica que, en la actualidad, el suelo permanece descubierto de plantas,
que ayudarían a la absorción del agua.
“Se generan grandísimas inundaciones y, si eso se combina
con el cambio climático, que hace que los períodos, tanto los secos como los
húmedos, sean más abruptos, los problemas se van complementando y generan una
espiral”, afirma. También señala que ya no somos el país con la mejor carne del
mundo. “El 70 por ciento de la carne se produce en corrales de engorde. Comemos
carne de mala calidad, producida con granos y antibióticos, porque, para
producirla, se necesita que las vacas, animales rumiantes que degradan la
celulosa de los pastos, puedan digerir granos, y, para ello, hay que matar
parte de su flora digestiva”. Recientes informes sobre el tema muestran que la
producción de carne del mundo es la mayor responsable de que hayan aparecido
bacterias incontrolables, puesto que esta industria utiliza el 80 por ciento de
los antibióticos que hay en el mundo. “A eso, se suma que la carne que no se
produce a pasto tiene un perfil de ácidos grasos más nocivos”, agrega.
Ante este contexto, varios sectores están implementando
cambios. Sin embargo, el problema es que muchos son solo maquillajes del
modelo. En ese sentido, es fundamental el rol que cumple la agroecología para
repensar la producción de alimentos: “Para dejar de pensar en esto último y
comenzar a pensar en productos que sean saludables para el consumidor y para el
medioambiente, se debe evitar el uso de agrotóxicos. De todas maneras, es un
proceso que no se puede hacer de la noche a la mañana”. Según la experta, no es
lo mismo encarar el cambio para un productor que vive en el campo y produce en
armonía con el ambiente que hacerlo en una gran empresa o grupo de inversores
que solo piensan en rentabilidad. En ese modelo de cambio, sostiene, es
fundamental que la producción esté cerca de quien la consuma para evitar la
cadena de intermediarios.
“Lo único que nos puede salvar es la fuerza de la comunidad.
La generación de mercados locales es básica para que un productor pueda
producir de forma agroecológica. Si no hay un lugar donde vender producción
saludable, no hay manera de hacerlo”, afirma Jacobo sobre uno de los mayores
problemas de este momento, en el que solo se analiza la forma de generar
divisas sin pensar en las consecuencias trágicas que podría tener el modelo
extractivista.
Por Patricia Fernández Mainardi
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