“Pascuas en pandemia y con pobreza”, por Francisco Senegaglia
Las fiestas de Pascuas de resurrección muestran con más crudeza los hechos que vivimos, hay menos dinero, y celebrar en familia o entre amigos se vuelve inapropiado por la pandemia. Pero la realidad está ahí.
Como quien dice, casi 20 millones de pobres, son casi 20
millones de dolores reales. Y esos dolores, esos estómagos con hambre real, sin
salud, sin educación y sin trabajo no son un potencial lingüístico, de: “si
hubieren o hubiesen…” Son más bien la consecuencia fáctica de una causalidad:
la injusta distribución de la riqueza.
No alcanza con conmoverse frente a la pobreza, no alcanza
con la caridad que ayuda a construir la casilla o arrima un plato de comida.
Hay que clamar justicia y denunciar al especulador fabricante de pobres.
Claramente como Estado, hay que resolver las necesidades ya. Pero en el tiempo
hay que generar las herramientas para que la distribución de la riqueza exprese
la justicia distributiva. Y como comunidad, debemos generar a contrapelo de los
medios la conciencia para entender los mecanismos de injusticia; vale decir,
acompañar y exigir las acciones políticas que permitan cambiar las condiciones
reales de la mitad de los argentinos.
Es decir correr las representaciones que nos imponen para
sentir la realidad en su verdadera expresión de “hecho” y no de opinión o
noticia. Lo cierto, más allá de las conjeturas, es cruzarse con el hombre real
de carne y hueso que no puede vivir. Si conducir políticamente es conducir y
sostener la palabra frente al hombre real que requiere más justicia que
caridad, entonces hay que saber que eso siempre supone pelearse con el poder
real. Es necesario que todos podamos comprender esto como pueblo y como Estado.
La pandemia, casi como una radiografía del mal, pone en
superficie las diferencias históricas de esa causa de la “injusticia” aunque no
queramos verla… los países ricos, el norte global tiene acceso a millones de
vacunas, y el sur con suerte a las que puede: Y a las que puede es a la salud
que puede, al alimento que puede, a la dignidad que puede. Porque justamente,
quienes son dueños de la causalidad, son dueños por empobrecer y depredar.
Ayer, la plata y el oro entre otras cosas, hoy el petróleo, el litio, el gas y
pronto incluso el agua. Los recursos naturales y los recursos humanos –de eso
se trata- para que unos pocos vivan la vida, con la vida que le sacan a muchos.
Eso es un hecho causado e injusto que debemos poder pensar más allá de las
conjeturas cotidianas de los medios, o de las opiniones infundadas de la
literalidad de la calle.
La pandemia decimos no respeta clases sociales, lo cual es
verdad, pero se sostiene en términos de salud, según las posibilidades de
resolverla; es decir de poder enfrentarla, que es ni más ni menos una cuestión
de oportunidades y situación social.
Tal vez estas reflexiones deshilachadas pretenden que nos
preguntemos por nuestras representaciones, por esas representaciones de la
realidad que bien o mal tranquilizan nuestras conciencias y nos vuelven jueces
de los más pobres, casi como quien dice, es su problema… y creo que la Pascua
trae ese mundo de representaciones como un ejemplo vivaz de nuestros juicios
cotidianos. Ese Jesús crucificado, es infinitamente visitado y besado en estos
días en una imagen de yeso y de madera. Situamos una instancia en el presente,
y en unos días que llamamos cuaresma y también Pascua. Pero nos resulta
terriblemente difícil situar los pueblos crucificados por la injusticia del
capitalismo salvaje, el Jesús cotidiano con hambre y sed; sin techo y
crucificado hasta por nuestros prejuicios, y sin dudas, “unos” Jesús, que jamás
conocerán la Pascua. Y son estas las representaciones que deben ordenar
nuestras conciencias. El Jesús de las iglesias, es como el pobre de las
estadísticas; el Jesús real está en la calle donde vivimos la causalidad del
mal, no como una entelequia ontológica.
Necesitamos trascender las intenciones para situarnos en el
mundo real de las acciones y de los hechos, donde todos algo podemos ver y
hacer. La pascua de hecho, para judíos y cristianos es sobre todo una
experiencia de liberación; y no hay liberación posible sin entender las razones
y las causas de la opresión. Y como pueblo, solo podemos exigir a nuestros
dirigentes que se vuelvan “liberadores” si como pueblo entendemos las causas de
opresión. Claramente es un ejercicio difícil. Pero, es como preguntar por qué
está Jesús en la cruz antes de besar la misma cruz. Está allí por denunciar el
poder del imperio romano y las elites dominantes, y por vivir para los pobres y
oprimidos. La cruz adquiere necesariamente su causalidad originaria. Y en todo
caso, mi lugar de cristiano una nueva representación.
Las discusiones políticas e ideológicas se sobreponen cuando
los hechos o las acciones pueden ser situados, cuando nuestras representaciones
de la justicia pueden ser revisadas: Cuando nuestra militancia puede ser
interpelada por las biografías reales y nuestros compromisos pueden verse libre
de prejuicios. Y esta es una batalla de la que nadie puede estar exento.
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