El enfrentamiento entre Alberto Fernández y CFK entró en una etapa de deshielo que aplacó la crisis del Gobierno
La Vicepresidenta y Máximo Kirchner dieron señales que clarificaron la tregua alcanzada entre los tres socios del Frente de Todos. Los cañones apuntados a Martín Guzmán y el poder perdido por el Presidente después de largos meses de fuego cruzado
Tiempo de deshielo. El Gobierno parece haber entrado en una
nueva etapa luego de la reunión que mantuvieron en la Quinta de Olivos, el
último miércoles, Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, los tres
socios del Frente de Todos.
La tregua política, tan ansiada por todo el peronismo y
exigida por gobernadores, intendentes y sindicalistas, se concretó en una
semana de alta incertidumbre en el escenario económico, con una ministra de
Economía nueva, sin peso propio, y con una profunda debilidad presidencial
generada por la renuncia de Martín Guzmán.
Fue Máximo Kirchner en Escobar, durante un acto del PJ, el
primero en exponer las señales del armisticio. El discurso que brindó no tuvo
como eje las críticas a la gestión del Presidente, sino a Mauricio Macri y a la
oposición. Como en los meses de buena convivencia interna, donde el ex jefe de
Estado era el apuntado que unificaba en un mar de diferencias.
Pero no fue gratis. “Se abrazaron a Guzmán, los dejó tirados
y ahí está Cristina otra vez para sacarlos adelante”, sostuvo en tono de
reproche. Aunque hubo mensajes encubiertos para la Casa Rosada, el discurso no
fue incendiario de la gestión de gobierno. Es decir, no apuntó contra el
Presidente, lo que resultó ser una buena señal en medio de la interna
peronista.
Cristina Kirchner lo siguió durante su alocución en Río
Gallegos. No tuvo ningún cuestionamiento para la gestión de Alberto Fernández y
dejó en el olvido la discusión por la utilización de la lapicera. Lo que expuso
parece ser un acuerdo tácito entre las partes. Una ametralladora de críticas a
Martín Guzmán, convertido en chivo expiatorio de la compleja semana económica
que tuvo el Gobierno. En on y en off, los cuestionamientos al ex ministro
llegaron de todos los campamentos del Frente de Todos.
“La renuncia de Guzmán fue un acto de irresponsabilidad y de
desestabilización institucional”, aseguró, para luego hacerle un guiño a
Fernández: “Me parece un gesto de ingratitud hacia el propio Presidente. No
niego las diferencias, pero este Presidente había bancado a ese ministro como a
nadie, enfrentado inclusive con su propia coalición. ¿Se merecía eso?”.
El kirchnerismo cuestionó y desgastó al ex ministro de
Economía hasta forzar su salida. Fueron cerca de cuatro meses de una batalla
sin trincheras que afectó a todo el Gobierno. Nadie quedó afuera de una guerra
que hizo caer al subsuelo la credibilidad de una gestión en la que los
integrantes de la coalición se ponían trabas unos a otros.
Sin embargo, ahora apuntan contra la forma en la que salió
Guzmán, situación que allegados a Guzmán desmienten y que aclaran que no fue
sin previo aviso al Presidente, tal como lo relató la Vicepresidenta. Además,
aclaran que Cristina Kirchner miente cuando asegura que Fernández se enteró por
Twitter de su renuncia.
El jueves a la noche Guzmán le pidió al Presidente tener el
manejo de la mesa de dinero del Banco Central y el control de la Secretaría de
Energía, que conduce Darío Martínez y que está en manos del kirchnerismo. El ex
ministro quería el manejo de la política energética. Si no lo conseguía, ya le
había dado a entender que se iba del Gobierno.
En el entorno del ex ministro aclaran que Fernández hizo un
extenso silencio hasta el sábado. No hubo respuesta. Guzmán, entonces,
renunció.
El martes de esa semana el ministerio de Economía logró
levantar una licitación que, de no concretarla, podía haber terminado en un
default de deuda en pesos. “Eso hubiese sido desestabilizador. Fue todo lo
contrario. Trabajamos para que no ocurra”, indicaron.
Entienden, además, que lo más responsable que hizo Guzmán
fue irse ante la falta de respaldo del Presidente. “No había forma de que siga
gobernando la economía”, advirtió un allegado al ex ministro. Guzmán es parte
del pasado. Para Alberto y Cristina el presente político (no el económico)
tiene cara de felicidad. Tal vez pasajera. O no. Nadie lo sabe.
Los tres socios tienen motivos claros para intentar sellar
una tregua, más allá de la necesidad de estabilizar el Gobierno y evitar que la
crisis política y económica se profundice. Con el paso de los meses y el fragor
de la interna, Fernández se fue encerrando en su círculo de funcionarios de
confianza y se abrazó a los movimientos sociales para conservar su poder de
presidente.
Pero la salida de Guzmán el último fin de semana le generó
un enorme vacío de poder que lo obligó a tomar una decisión trascendental. O
aceptaba los pedidos de Sergio Massa para hacerse cargo de la Jefatura de
Gabinete, el ministerio de Economía, la AFIP y el Banco Central, y le cedía una
parte importante de su poder político, o cerraba un acuerdo con Cristina
Kirchner.
El Jefe de Estado se inclinó por la segunda opción después
de resistirse a llamar a la Vicepresidenta hasta la tardecita del último
domingo. Los minutos que hablaron y que conectaron el despacho de Fernández en
Olivos con el departamento de Kirchner en Recoleta, sirvieron para romper el
glaciar que los separaba.
Cristina Kirchner es parte de este gobierno y solo con
críticas no iba a poder enderezar el barco. Si el Gobierno se cae al abismo,
ella también. Nadie se salva solo, suele decir el Presidente, utilizando una
reconocida frase del Papa Francisco.
Después de lograr su cometido de desplazar a Guzmán del
Palacio de Hacienda, se sentó a negociar el futuro del Gobierno y a imponer
condiciones. La nueva ministra de Economía fue avalada por la Vicepresidenta,
sino nunca hubiese llegado al quinto piso del Palacio de Hacienda.
Sergio Massa sufrió desgaste. Su nombre estuvo instalado
durante todo el domingo pasado para conducir la Jefatura de Gabinete y para
hacerse cargo de llevar adelante el despertar de gobierno peronista.
Siempre apareció en el escenario como un mediador que
entendió que su rol era mantener la institucionalidad y la estabilidad de la
gestión. El hecho más trascendente que lo demuestra es su decisión de apoyar el
acuerdo con el FMI en el Congreso y hacer todo lo posible para que salga.
Los tres socios ahora se pusieron de acuerdo en que deben
arropar a la flamante ministra de Economía, Silvina Batakis, porque su
debilidad puede ser mal interpretada en el mercado y una corrida cambiaria, con
caída de reservas en simultáneo, podría profundizar la crisis económica, que
tendrá un capítulo complejo cuando el 14 de julio se conozca la nueva medición
de inflación. Pero, por ahora, los mercados no reaccionaron mostrando confianza
en la reconstrucción peronista.
Alberto Fernández intenta reconstruir su poder y el del
Gobierno que conduce en un escenario complejo en términos económicos (riesgo
país y dólar blue en alza; reservas en descenso) y con una oposición que
entendió que debe ordenarse rápido porque en el peronismo parecen haber dejado
de perder el tiempo con las peleas internas.
Lo complejo para el Presidente será generar expectativas
entre los propios. Muchos de ellos ya le firmaron el certificado de defunción a
su reelección, pero le siguen exigiendo mayor conducción para poder transitar
el último tramo de la gestión. Pero hay un lado B. Existen quienes creen que
nadie está mejor que él para jugar el año que viene por un nuevo mandato. Mucho
menos si la crisis interna logra estabilizarse.
“Cuando Scioli era gobernador tenía 20 tipos que caminaban
atrás de él. Estaban siempre. Alberto maneja el Estado y no tiene ni uno. Es
una falencia de él. Es una realidad”. La idea y las palabras corresponden a uno
de los ministros más importantes del Gabinete, que es testigo de como el
Presidente pierde poder a borbotones cada semana y que hace tiempo que reclama,
hacia dentro de la coalición, que se termine con el fuego cruzado.
Dos años y medio después de llegar a la Casa Rosada, el
Presidente está atravesando una difícil situación al frente del gobierno
nacional. El cónclave en Olivos fue una buena señal, pero hasta el momento el
Gobierno está desmembrado y sin un rumbo claro. Sus partes son inconexas y su
discurso, el relato, carente de acuerdos internos.
El camino de la pérdida de poder de Fernández empezó en
plena pandemia. En abril del 2020 el Jefe de Estado tocó su pico de popularidad
cuando alcanzó el 70% de imagen positiva. Tiempos donde estuvo al frente de
gestionar la incertidumbre que generó el impacto del coronavirus en todo el
país. Hablaba con la oposición y se mostraba abierto al diálogo con todos los
sectores.
El quiebre de esa circunstancia positiva para el Presidente
se produjo el día que decidió quitarle un punto de coparticipación a la Ciudad
de Buenos Aires y enfrentarse con Horacio Rodríguez Larreta, a quien había
tratado públicamente de “amigo”. Instantáneamente se ganó un enemigo político
con ambiciones presidenciales.
Le siguió en el 2021 la foto de los festejos de cumpleaños
de Fabiola Yáñez en la Quinta de Olivos y el escándalo que desató esa imagen,
que alteró los ánimos del kirchnerismo. Después llegó la derrota en las
elecciones y la presión del peronismo anti K para que el Presidente asuma más
centralidad en la gestión y esquive los condicionamientos de la Vicepresidenta.
Luego se construyó el operativo K para empujar la salida de
Guzmán, las críticas a su plan económico, el acuerdo con el FMI, la renuncia de
Máximo Kirchner a la presidencia de la bancada oficialista en la Cámara de Diputados
y la decisión de La Cámpora de soltarle la mano al Presidente, y atentar contra
su proyecto económico, sostenido en un acuerdo con el FMI que decidieron no
votar.
Los capítulos de esa novela interna desgataron al máximo la
figura de Fernández, que siempre evitó la confrontación con el kirchnerismo y
que atinó a gestionar sin el consenso de la Vicepresidenta como herramienta
para evitar los condicionamientos. Ese tiempo se acabó, pero en el peronismo
nadie tiene claridad sobre cuánto durará la tregua.
“El poder está roto arriba de todo y la crisis se derrama
hacia la sociedad. El peronismo no está entendiendo lo que está pasando en la
calle y Alberto está cada vez más aislado”, reflexionó un dirigente cercano al
Presidente, que anhela que le vaya bien pero lo ve sin un rumbo preciso sobre
lo que quiere hacer.
La tregua fue bien recibida en el peronismo. La reunión del
lunes pasado entre Alberto y Cristina había dejado muchas dudas. Un encuentro
solo no cambiaba la ecuación. Pero la reunión del miércoles, de la que también
participó Massa, sumado al discurso de Máximo, generó cierta expectativa sobre
la posibilidad de reformular los acuerdos que llevaron al peronismo a unirse en
el 2019.
Esa idea estuvo reflejada en el discurso del líder de La
Cámpora en Escobar, cuando aseguró que “para ganar en el 2023 hay que hacer lo
mismo que en el 2019″. ¿Qué hay que hacer? Unirse detrás de un proyecto
político y pararse enfrente de un enemigo de fuste como Mauricio Macri.
Polarizar, una vez más. Dejar en claro que si el peronismo se quiebra, Juntos
por el Cambio volverá a ocupar la Casa Rosada.
Infobae
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