La economía contra la democracia
El desorden de la política argentina le gana por varios puntos al desorden de la economía, aunque la economía mantenga el primer lugar entre las preocupaciones cotidianas. Nuestro país patina por una pendiente que sacrifica a los pobres. pero todavía es posible que las capas medias altas viajen a Miami para entregarse a la conocida experiencia cultural de playa y shopping, cargando la billetera con las variantes del dólar accesibles en el mercado negro, que funciona hasta en los kioscos de revistas, donde la compra y venta es sencilla, sin papeles ni comunicaciones que pueda registrar la AFIP.
Esas capas medias, en caso de juzgar insuficiente la educación que reciben sus hijos en la escuela pública, todavía pueden llevarlos a las privadas. Y, si no lo hicieron todavía, lo harán cuando se enteren de que, en el Presupuesto del próximo año, han disminuido un 15% las partidas destinadas a educación. Quedaría en manos del Jefe de Gabinete sumar fondos, que no se sabe dónde van a sobrar en la administración pública. Palabras, palabras, palabras…
El dólar de diversos colores y nombres se maneja en los kioscos de la calle Florida, donde lo anuncian adolescentes que murmuran una sola palabra: dólar; y frente a los grandes hoteles de Lima o Carlos Pellegrini, con una velocidad que siempre supera a los amables Rapipago, que, a diferencia de los kioscos, asientan la compra y venta de divisas en recibos cuyo destino es difícil de prever.
Cometemos el error de elegir representantes que nos hacen cómplices de este descalabro
En las calles mencionadas, los kioscos de diarios tienen una maquinita pequeña y cumplidora donde los billetes de una y otra nacionalidad son contados y cambiados al segundo, durante todo el día, sin que ninguna autoridad se moleste por esa competencia con los locales solo un poco más acreditados formalmente. Los argentinos saben rebuscársela en cuestión de divisas y comparten los santo y seña como quien pasa la dirección de un buen peluquero o de una señora especializada en arreglar la ropa del año pasado.
Juerga. Se ingresa a este mercado negro con menos trámites que los que requiere cortarse el pelo. Somos libres para hacer con los pesos lo que se nos venga en gana, sobre todo si nos queda un resto después de retacear algún impuesto. Para evadir somos unos campeones con larga historia olímpica. Seguramente se echará la culpa de este caos del mercado a los gobiernos. Pero si a alguna autoridad se le ocurriera fiscalizar las maquinitas cuenta billetes de los serviciales kioscos, diríamos de inmediato que no se está haciendo cargo del efecto que produjeron las medidas anunciadas por los mismos que quieren vigilar sus consecuencias.
Los argentinos somos blancos y radiantes. Y solo comentemos el error de elegir representantes que, entre otras irregularidades mayores, permiten este descalabro y nos conducen a ser sus cómplices. Nuestra conciencia se tranquiliza con una idea: ellos son mucho peores que nosotros. Y por eso quisieron llegar al gobierno, en vez de intercambiar dólares en los kiosquitos. Un gran filósofo francés llamó mala fe a este tipo de razonamiento. La mala fe es tan criolla como el mate, de modo que ese filósofo debió mencionarnos como precursores.
Nuestra ética es perdonavidas, porque comenzamos pasando por alto nuestras propias transgresiones, justificándolas en la corrupción de los políticos. Si la hija de Cristina tuvo o tiene una caja llena de dólares, ¿por qué razón, la hija de una madre menos poderosa no podrá ir a comprarse unas pilchas a Miami? ¿Creemos o no en la igualdad de derechos? ¿Somos o no somos truchos igualitarios?
Nuestro sentido común se desarticula con el manoseo de las reglas. Esto se prueba no en la cantidad ni el monto de las transgresiones, sino en la fresca impunidad con que se las confiesa, amparados por la certeza de que nadie recibirá una condena ética. Los políticos francamente derechistas no se interesan por esos mangos del libre mercado kiosquero. Quizá les parezcan montos menores o quizá sepan que están hablando de sus posibles votantes. También, en instantes de sinceridad, quizá reconozcan que el estilo de esta economía cotidiana proviene de los errores cometidos por la política, errores que a ellos los incluyen. El sentido común se ha forjado en un prolongado tiempo de juerga para un grupo social, y de privaciones para quienes no tienen ni un billete verde para cambiar en el kiosco de la esquina.
Todos sabemos que no hay democracia posible sin instituciones. No hay democracia verdadera cuando se debilita la condena a la transgresión, porque se está debilitando, al mismo tiempo, los instrumentos que son indispensables al buen gobierno. Economía y política siguen un destino que las entrecruza fatalmente, no solo en el pensamiento marxista, como sería cómodo aceptarlo, sino en el pensamiento democrático que no desprecia la ética.
Sunak, el nuevo primer ministro británico, elegido después de que su antecesora Liz Truss durara cuarenta días, algo inesperado en regímenes estables, trae una novedad portentosa: su origen hindi, el primero en la historia de los primeros ministros británicos. Morocho como un argentino, promete lo que los argentinos deseamos: integridad, profesionalismo, responsabilidad, cualidades que Boris Johnson no poseía. Y la anterior y fugaz primera ministra se apresuró a decir que sus medidas eran de una economía de cuento de hada. Suena atractivo para los cansados argentinos. ¿De dónde sacamos un Sunak?
El mercado de las figuritas. Las plazas porteñas están ocupadas por chicos, adolescentes y adultos que intercambia o venden figuritas del álbum Qatar. El instructivo entretenimiento (siempre se aprende algo de geografía, dirán los pedagogos optimistas), parece una representación de la actual escena política.
Sobran figuritas que nadie o pocos desean y faltan las figuritas “difíciles”. Están las figuritas muy conocidas, cuya abundancia aleja su posibilidad de ser aceptadas en el trueque. Y están las menos conocidas, pero que son lindas, bien impresas y pueden tener futuro, como Lousteau, para dar un ejemplo. Están las figuritas que se conocen desde hace tiempo, como Larreta y Manes, y las que desde hace tiempo no parecían subir en la cotización, pese a esfuerzos constantes pero discretos, tipo las figuritas María Eugenia Vidal. Sin despertar mucho el mercado, se repiten las figuritas fáciles de encontrar mañana o pasado, como Macri.
también se buscan figuritas desconocidas que, de pronto, por escasez, agitan el intercambio. Hay figuritas de las que se sabe que no volverán a competir y se vuelven arcaicas, y figuritas que al principio gustan por su diseño pero que, pasado cierto tiempo y en las rondas finales de compra y venta, su cotización puede caer, como Milei. Hay álbumes de figuritas con el título de viejos partidos como la UCR o el PJ, cuyos dueños han aprendido que ya no se venden solo por el título del álbum sino por la figurita atractiva que incluya.
Alberto Fernández no está de acuerdo. Es difícil saber
cuánto vale su disidencia.
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