Fiebre argentina en Montevideo: convirtieron a un bar en su sede y festejaron con lluvia de cerveza
Los ómnibus pasaban y les tocaban bocina. Los mozos les seguían las canciones. La pizza llegaba fría y no les importaba. Así festejaron los hinchas argentinos el Mundial de Qatar 2022.
"Es la primera vez que se vive algo así. Hablo y se me
eriza la piel porque es lindo sentirlo”. Verónica, moza del bar Kentucky, sabía
de antemano que su domingo no iba a ser un día más. Trabajar hoy era, en primer
lugar, vivir la fiebre de argentinos, que fueron los únicos capaces de
transformar el local gastronómico en sede durante cada partido del Mundial de
Qatar 2022.
En segundo orden, implicaba pagar con sudor muchos de los
platos servidos para que la comida llegara a tiempo a todas las mesas, algo que
en tiempos de covid-19 hubiese sido impensado.
Desde Aquiles Lanza hasta Barrios Amorín la calle 18 de
Julio quedó cortada. Todo por un partido de fútbol. Pero no uno cualquiera:
Argentina se jugaba la final del Mundo contra Francia y un puñado de ciudadanos
se habían acercado a verla a la explanada de la Intendencia de Montevideo.
A pocas cuadras de allí, sobre Zelmar Michelini, el Kentucky
empezó a recibir a sus primeros clientes. Arriba de ese lugar descansa el
comité de la Vertiente Artiguista del Frente Amplio, que estaba vacío. Pero ya
para el mediodía la esquina y el local de abajo estaban empapados de argentinos.
Ambientado con cinco pantallas a lo largo de la barra de la
cocina y una adicional afuera, el bar quedó acondicionado para tener un clima
futbolero, pero el colorido se lo terminaron de dar los hinchas.
Un par de bombos de la filial de River Plate en Uruguay,
algunas vuvuzelas, platos que oficiaban de platillos y cerveza -mucha cerveza-
eran parte del decorado, teñido únicamente por dos colores (el celeste y el
blanco) y que se alteraba solo cuando había un gol de alguno de los dos
equipos.
En poco más de 30 minutos Argentina ya estaba dos goles
arriba. Crecían los cantos. Fluía la alegría. Y una leve sonrisa acompañada de
un simple “permiso” bastaba para pasar entre cualquier montonera.
Para entonces, los argentinos mostraban a pleno su lado más
pasional. Ese que en Uruguay todos conocemos, que a veces lo buscamos imitar,
que a ellos los hace fastidiarse, insultar al televisor como si los
protagonistas escucharan, pero que esta vez era solo sinónimo de armonía.
Poco podía importar la demora de una pizza. El sabor. O la
temperatura. La sintonía se percibía en la bocina de los ómnibus, en los
abrazos entre desconocidos y hasta en los fotógrafos, a los que les llovían
pedidos de familias que querían tener su foto. La sintonía también contagiaba a
quien escribe, que en cualquier cruce de miradas encontraba conexión
rioplatense.
Para ser perfecta, la historia tenía que tener suspenso,
pese a que, hasta ese momento, parecía que nada iba a interponerse a una escena
tan festiva.
En medio de distracciones, filas largas para comprar cerveza
y largos bocados, llegó el primero de Francia y al poco tiempo cayó el segundo.
De alegría todo pasó a suspenso en el bar. El gol lo cambió
todo. “Nos relajamos. Dijimos ‘bueno, me chupa todo un huevo, ya somos
campeones del mundo’, y lo pagamos caro”, reconoció en ese momento Victoria,
que rezaba porque los futbolistas le hicieran honor a su nombre.
Las caras de desconocimiento se multiplicaron. Los agarrones
de cabeza también. Los cantos dejaron de escucharse. Y de fondo solo quedó la
percusión sonando.
Desde “levantate, cor....” hasta “negro de mie...”, todos
los gritos apuntaban a Kylian Mbappé cuando lo mostraba la pantalla.
Pasó el alargue. Llegaron los penales. Y después de la
aparición del villano, llegaron dos héroes: primero Lionel Messi y después
Emiliano Martínez.
En cuestión de segundos se desató la lluvia de cerveza,
quedaron por el piso los gorros de “qué mirá’, bobo, andá pa allá, bobo” y una
vecina sacó a relucir la bandera uruguaya desde su balcón. También se puso a
tocar el bombo de River un hincha de Boca, que se sacó la remera por el calor y
se la guardó entre los pantalones.
Todo volvió a la normalidad cuando Messi, el jugador vestido
de mago, levantó la Copa del Mundo y gritó campeón.
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